Augusto Roa Bastos escribe sobre la Guerra Grande

Paco Tovar

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Augusto Roa Bastos muestra un espectáculo hermoso y aterrador al escribir la historia de Paraguay en Hijo de hombre, Yo el Supremo y El fiscal, tres piezas literarias donde Miguel Vera expía sus recuerdos, un compilador anónimo bucea en las entrañas del poder y Félix Moral descubre intimidades. Todos cuentan su Guerra Grande, a propósito del mariscal Solano y doña Elisa Lynch.



Historia


Muerto el dictador Francia, y tras una etapa sucesoria en la que no faltaron tensiones, gobernaría en Paraguay Carlos Antonio López (1). Su primogénito, Francisco Solano López, habría de sucederlo (2). Este último y su hermano Benigno habían viajado ya por Europa,  llevando a cabo tareas diplomáticas, entre 1853 y 1854. El mismo Napoleón III, a quien  Francisco deberá siempre una jornada entrañable, aceptó recibirlos en París.


Solano López conservó un recuerdo imborrable de aquel día. El emperador lo tuvo siempre a su lado durante un desfile militar en los Campos Elíseos, y en una visita a Saint Cyr. Aunque profundamente impresionado por el brillo de los cascos y los otros símbolos del poder, supo ocultar sus emociones, observando una conducta fría e indiferente. En una fotografía en la que aparece al lado del emperador, no se le ve turbado lo más mínimo: al contrario, entre los oficiales de su séquito, es el único que se distingue por la dignidad de su porte. (3)



Solano era por entonces


[…] un joven de estatura inferior a la media, con cierta tendencia a la obesidad, las piernas arqueadas por la costumbre de ir a caballo. A pesar de los pocos dones con que le había dotado la naturaleza, su aspecto producía turbación y sus ademanes eran los de un jefe. Su rostro estaba encuadrado por una barba espesa y oscura; sus ojos eran negros y miraban con intensidad. La voz tenía un hermoso timbre, tanto en la conversación como en el mando. Hablaba con facilidad, además del español y el guaraní, el francés y el portugués (4).



Así describen los historiadores a un personaje grotesco, inquietante y autoritario; seductor y cosmopolita; disciplinado, flâneur y jaranero. París le ofrecerá un barniz cortesano, el bullicio de sus grandes avenidas y su relajada moralidad.


Una tarde Francisco Solano encontró en la estación de Saint Lazare a una mujer de cabellos rojizos, como la emperatriz Eugenia, y de ojos verdes, jovencísima y bella. Se llamaba Elisa Lynch y era medio extranjera. Parecía una aventura como muchas otras; pero el encuentro fue el inicio de una pasión. Al cabo de unos días Francisco Solano avisó a su hermano Benigno que pensaba llevar consigo a aquella mujer y considerarla su esposa (5).



Madama Lynch ocupará un espacio significativo en la historia de Paraguay:


Había nacido en Irlanda en 1835, tenía dieciocho años cuando Francisco Solano López la vio por primera vez. Se había casado, cuando aún no tenía quince años, con un funcionario del gobierno francés, el señor Quatrefages, que se la llevó primero a París y luego a Argelia. No se sabe nada con seguridad de aquellos años. Elisa se había separado del marido y había vivido en París como pudo. Los enemigos de Francisco Solano, que la odiaban, decían que se había quitado años para engatusar mejor a su amante ocasional, y que su cabellera era una peluca.

Elisa era una mujer de gran voluntad, dispuesta a todo. En esto se parecía a Francisco Solano. Probablemente le atrajo la aventura. No sabía nada del Paraguay, pero intuía que el destino de su amante no iba a ser común. Puede que también estuviera enamorada (6).



Escarceos libertinos y querencias románticas entretuvieron en París a Solano, que tampoco descuidaría sus tareas políticas:


Ratificó los tratados, concluyó acuerdos comerciales. Compró a Inglaterra un vapor armado y contrató a gran número de ingenieros, técnicos, arquitectos, matemáticos, químicos y profesores. El 11 de noviembre de 1854 embarcó en Burdeos en el Tacuary, como se llamaba ahora el vapor adquirido en Inglaterra, y partió hacia América. Por entonces Elisa estaba en cinta (7).



Él vuelve a pisar los muelles asunceños un 21 de enero de 1855. Ella se había quedado en Buenos Aires, donde nació Pancho, segundo hijo de Francisco (8). Ya reunidos uno y otra en Asunción, evitaron durante algún tiempo mezclar su vida en común y la dimensión pública de Solano (9).

El Congreso legitimaría en 1862 a Solano López para gobernar el país bajo una tercera dictadura, que mantendría los criterios de autoridad impuestos durante las etapas de José Gaspar Rodríguez de Francia y Carlos Antonio, superando las cotas de progreso alcanzadas por este último y jugando finalmente sus cartas:


La inestabilidad política del Plata, con el antagonismo latente entre Brasil y Argentina, ambos hostiles a la independencia de los estados más pequeños, justificaba la aprensión y la vigilancia de Francisco Solano; pero en él se unían la ambición de desempeñar un papel de primer plano entre los gobernantes de la región, a los cuales no se sentía inferior. Fue acusado de acariciar insensatos sueños de grandeza, de querer ser coronado emperador del Plata, de toda América del Sur. López II, lo llamaban algunos en Buenos Aires, donde se preguntaban si la manía de persecución que habían sufrido Rodríguez de Francia y López, no se habrían transformado en él en megalomanía (10).



Los argumentos del mariscal Solano López para justificar su aventura guerrera en contra de Brasil, Argentina y Uruguay fueron de orden histórico, credo nacionalista, estrategia política y demasiada soberbia (11). Cinco años de lucha (1865-1870) lograrían componer una epopeya en clave americana, con sus legendarios personajes; ficciones históricas de corte novelesco, a cuenta de sus protagonistas; y un López simbólico de rasgos paraguayos, héroe nacional muerto en campaña, quién, junto a Elisa Lynch, estableció frentes —Riachuelo, Curuparti, Angostura, Huamaitá, Itororó, Lomas Valentinas, Azcurra, Barreno Grande…—; sacrificó a su gente, hipotecando el país durante muchos años bajo la sombra espectral de otro Karaí Guasú; y avalará posteriores dictaduras, ofreciéndoles como garantía el viejo engaño de sus recientes máscaras. Estas remiten cuando menos a


 […] un hombre de complexión colérica como su padre; impulsivo, temerario é inconsciente de los deberes de un mandatario que rige los destinos de una nación. Era por temperamento y educación déspota y altanero, de voluntad imperiosa y muy acostumbrado á mandar y á ser acatado y complacido en sus menores caprichos. Reñido con la libertad […] encarceló á los hombres que no adulaban su poder y convirtió á los sacerdotes en inquisidores de las conciencias y en voceros de su odioso despotismo. A la menor contrariedad se encapotaba su rostro y anublábase su espíritu, quedando hecho una verdadera fiera (12).



Solano y su hijo Pancho mueren durante los asaltos brasileños a Cerro-Corá, último enclave paraguayo en la Guerra Grande y zona defendida por una tropa en ruinas. El campamento fue arrasado; el Mariscal herido en la retirada por un simple cabo, un tal Francisco Lacerda, de mal nombre Chico Diavo; finalmente, lo derribarían de un tiro en la espalda. Murió a orillas del río. Miraba el cielo. Calzaba sus botas altas de piel fina. Vestíaunos pantalones azules recamados en oro y la camisa de seda.


Los soldados que habían alcanzado y dado muerte a López volvieron arrastrando su cadáver al cuartel general. Estaba cubierto de polvo, con las ropas desgarradas, irreconocible. Los soldados acudieron, todos lo querían tocar, le tiraban de un pie, de una mano, por los cabellos levantando el rostro tumefacto. Hasta las hermanas que durante la batalla habían permanecido encerradas en sus carretas salieron para verlo. Parecían muy satisfechas y miraban con grandes sonrisas a los oficiales brasileños que las habían liberado (13).



Elisa Lynch se acercó al cuerpo tumefacto de Solano, retuvo sus impulsos y exigiría de los enemigos que habilitaran una fosa en la que pudieran reposar juntos el Mariscal y su hijo Pancho. El niño apenas tenía quince años. La mujer contempló el rostro de Francisco Solano López hasta el último instante. Pasado el tiempo, ella y  dos hijos más pequeños embarcaron rumbo a Europa, desde Montevideo. Fijaron su residencia en París.


La ciudad, con los nuevos grandes bulevares, ya no era de la época en que la había conocido Francisco Solano. En la corte de Napoleón III, que tanto había sugestionado la imaginación de su amante, nadie quiso recibirla. Y ella vio sin emoción la caída del Imperio, el asedio, la Commune y el renacimiento de la República. Tenía más de cuarenta años y empezaba a engordar. La piel y los cabellos seguían siendo magníficos. Hablaba del Paraguay como de un país extraordinario, y de su Mariscal con amor y devoción (14).



Los paraguayos hablan todavía de Francisco Solano López y Madama Lynch, a cuenta de su Guerra Grande, una epopeya romántica de signo trágico en clave nacional que forjaría leyendas, tuvo héroes, acuñó ídolos y legitima el valor de sus reliquias.


En Asunción, el gobierno que estaba protegido por los brasileños trataba de administrar el país enseñando a los súbditos el amor por la libertad y las instituciones parlamentarias. Los paraguayos escuchaban o leían sin comprender. Cada uno de ellos tenía en casa cualquier objeto, una bala, una bayoneta, un gorro que le recordaba la guerra y los tiempos del Mariscal (15).





Ficciones


Según Roa Bastos, la guerra de la Triple Alianza fue un acontecimiento luctuoso deorden internacional que sangraría el Paraguay, quebró su territorio y redujo a escombros las fuerzas creadoras del país (16). Motivo de controversias, discusiones, querellas y duelos interminables, aquel suceso y sus protagonistas destacan otra vez como realidad literaria en Hijo de hombre, Yo el Supremo y El fiscal.

I. El viejo Macario Francia cuenta historias del Karaí Guasú; también habla de la Guerra Grande, a propósito de Solano López y Elisa Lynch. Del anciano y sus relatos escribe Miguel Vera, lector del padre Fidel Maíz (17). Rosa Monzón descubre las notas guardadas por Miguel, valora esos testimonios, decide copiar el original suprimiendo algunos párrafos que a ella le conciernen, y entrega su versión para que la editen. Roa organiza de nuevo esos apuntes al componer Hijo de hombre, donde Macario ya es un espectro que, instalado en la conciencia de sus gentes, narra pesadillas:


[…] hasta Humaitá y el Cuadrilátero [el viejo] había militado en las huestes del famoso y pintoresco alférez Ñanduá. Herido cayó prisionero de los aliados en Lomas Valentinas, pero pudo huir y volvió a presentarse en el Cuartel General del mariscal López.

— ¡La propia Madama me curó el hombro! –decía con orgullo. […]

[…] atravesó de punta a punta el horror de la hecatombe que duró cinco años, hasta la derrota de la última espectral guerrilla de López en Cerro Korá. Él mismo era un lázaro resucitado del gran exterminio.

El único despojo que había conseguido salvar era ese hebillón de plata y la confusa, inestimable carga de sus recuerdos. […]

Lo escuchábamos con escalofríos. Y sus silencios hablaban tanto como sus palabras. El aire de aquella época inescrutable nos sapecaba la cara a través de la boca del anciano. Siempre hablaba en guaraní. El dejo suave de la lengua india tornaba apacible el horror, lo metía en la sangre. Ecos de otros ecos. Sombras de sombras. Reflejos de reflejos. No la verdad tal vez de los hechos, pero sí su encantamiento.

[…] he intentado inútilmente leer la desgarrada y a la vez cínica confesión de Fidel Maíz, en la que intenta justificar su conducta durante la Guerra Grande, conciliando la actitudes del sacerdote y del fiscal de sangre en los campamentos de López. Sus “etapas” de servil sometimiento al Mariscal y su posterior abominación y retractación. Para él, López es el apogeo del poder, el Cristo del Pueblo Paraguayo. Después de Cerro Korá, blasfema de él execrando al satánico monstruo de furia homicida. Espíritu lleno de sombras (18).




II. José Gaspar Rodríguez de Francia declara conocer al viejo Macario, hijo de su esclavo Pilar, niega los testimonios de Miguel Vera y reconoce al joven impulsivo Sixto Brítez, nacido en Ñanduá, músico de tropa y personaje significativo en la Guerra Grande. Los trabajos de un compilador anónimo que mimetiza en sus notas el habla de Francia, permiten a Roa Bastos manejar esos datos al escribir Yo el Supremo


Macario, mi ahijado, hijo del traidor ayuda de cámara José María Pilar […]. Lo puse al cuidado de las esclavas. Gateaba entre las cenizas. Le di las hebillas para que jugara con ellas. Macario niño desapareció. Se esfumó: Más enteramente que si lo hubiera tragado la tierra. Desapareció como ser vivo, como ser real. Tiempos después reapareció en una de esas innobles noveletas que publican en el extranjero los escribas migrantes. Raptaron a Macario de la realidad, lo despojaron de su buen natural para convertirlo en la irrealidad de lo escrito en un nuevo traidor. […]

Me permito recomendarle muy especialmente al trompa Sixto Brítez oriundo de cerro Ñanduá de Jaguarón […]. No me vengas con recomendaciones, Efigenio, y menos a favor se ese insigne comilón que tiene además el vicio de meterse la mano en las bragas en plena marcha para ir regalándose con hedencia recogida en los dedos […] Menos mal que será un buen alférez en la guerra contra la Triple Alianza. A un héroe futuro puede dispensársele algunos vicios presentes (19).



III. Lo cuenta Roa Bastos al escribir El fiscal: dirigiéndose a Jimena, única lectora de sus notas, un proscrito llamado Félix Moral recuerda que su abuelo Ezequiel narraba historias de la Guerra Grande, Solano López y Elisa Lynch. El mismo Félix da por supuesto haber manejado esos relatos en tareas cinematográficas:


El guión inicial fue escrito por mí. Traté de relatar en él, con el mayor rigor y fidelidad posibles, la historia de estos personajes, ponerlos a la altura del papel histórico que desempeñaron en el martirologio de un pueblo. Al escribir este libreto, no más importante como libreto que el de una ópera cualquiera, sentí en todo mi ser, sin poder evitarlo, el tremendo poder de los mitos de una raza, amasados con la sangre y el sacrificio de un pueblo mártir. Experimenté el estremecimiento de una revelación que anula de golpe todas nuestras dudas e incredulidades (20).



Félix Moral juega con palabras, moviéndolas en forma semejante a los vidrios del antiguo  calidoscopio y la vieja linterna mágica de su niñez, dando sentido al quiebro de imágenes y valor a  otras ensoñaciones:


Comprendí el inconcebible misterio —el de Solano López— de un alma sin freno, sin fe, sin ley, sin miedo, y que sin embargo luchaba ciegamente consigo misma más allá de los límites humanos. Luchó hasta el último aliento para evitar su caída en la degradación extrema de la cobardía o del miedo.[…]

Todos mis prejuicios y viejos anatemas contra López y la Lynch, contra el patrioterismo cimarrón de escarapela y machete, se borraron como bajo un soplo demasiado fuerte. Solo quedaba en mí el horror y el furor (21).



De aquellas ruinas, localizadas fuera del tiempo, queda solo una escritura preñada con leves aromas de la memoria, desvelando que, por tres ocasiones moriría Solano: traspasado en fuga por la irrisoria lanza del corneta de órdenes enemigo; ahogado en un manso arroyuelo que se encrespó y empezó a rugir como un torrente de lava;y crucificado, nuevo ecce homo sin atributos; el padre Maíz lo llamó “Cristo Paraguayo” durante una homilía funeraria de barniz castrense (22): tuvo fieles, condujo a su pueblo, fue clavado en su Gólgota, provocó el caos apenas entregada su alma y, bajo su condición simbólica de tinte nacional y rasgos liberadores, todavía reclama invocaciones. Grünewald lo había sitiado ya en su retablo, pintura que apreciará Huysmans desde la escritura. Roa, frente a posteriores supercherías, cuestiona una verdad que sólo puede interpretarse bajo mentiras y encubrimientos (23). En última instancia, Solano tiende a identificarse por Félix Moral como la figura del Anticristo.


Solano López obtuvo con su muerte y el exterminio de su pueblo un triunfo incalculablemente mayor que el de los vencedores; un triunfo logrado al precio de innumerable derrotas, de terrores abominables, de un orgullo abominable, de un abominable holocausto.

[…]

Solano estaba ahí, clavado en la cruz de ramas mal descortezadas, como el Cristo del retablo de Grünewald. Más trágico aún que en aquella espantosa representación. Solano estaba ahí desnudo, emasculado, monstruosamente deforme, la lanza atravesada en el costado. Estaba ahí, negro de moscas y avispas que libaban en las bocas tumefactas de las heridas la vejación del pus. La última iniquidad de los vencedores se cifraba en esa insignificante y miserable enormidad.

[…]

 Lo apostrofé en un estremecimiento de todo mi ser: ¡Has vencido al azar mediante una locura desaforada!...Era necesario este espantoso delirio?...¿Para qué?...Nadie lo sabe… Nadie podrá responder por ti… Estás aislado de la humanidad…, del tiempo…, de la vida… Has muerto con tu patria […]. Tu tierra ha desaparecido… Ya no tienes un sitio donde reposar… No lo tienes más ni siquiera en el corazón de tu raza que ha desaparecido contigo… (24)



Cerca de López, su Magdalena, dibujada por Félix en la secuencia de la crucifixión:


Una dama de prodigiosa hermosura, vestida de blanco sin más arma que su blanca sombrilla con empuñadura de oro, salpicada de sangre, estaba al pie de la cruz, como una aparición del trasmundo, rígido el cuerpo, contemplando el cuerpo destrozado sin derramar una lágrima, sin proferir el menor lamento, ni siquiera ese suspiro hondo y último que se exhala cuando ya no hay más lamentación (25).



La imágenes últimas del guión acordarán emociones y efectos, distribuyendo rigurosamente planos y secuencias: 


La noche de su asesinato, las mujeres sobrevivientes del campamento fueron violadas por la soldadesca enemiga. Noche de alaridos, de espantosas escenas, de crueldades y sevicias inenarrables al resplandor vacilante de las fogatas. La ebriedad de la victoria celebró el obsceno aquelarre en el anfiteatro de Cerro-Corá, ante el cadáver del mariscal clavado en una cruz de ramas.

Las mujeres desnudas y espectrales vagaban por el monte masticando raíces y gordos gusanos silvestres, bebían en los arroyos. Fueron reconstituyendo poco a poco el éxodo en una peregrinación al revés, bordeando los acantilados, vadeando los ríos y los torrentes, sin más brújula que los brotes migratorios que volaban hacia el sur. […].

La mujer de blanco recoge su alba sombrilla tachada de sangre, monta a caballo, se aleja, se pierde al galope, seguida por su escolta de mujeres escuálidas, que se van arrastrando sobre sus pies llagados, los cuerpos esqueléticos apenas cubiertos de harapos. Una de ellas va envuelta en los jirones de una bandera de guerra. La selva se abre y se cierra sobre ellas sin dejar rastro (26).



Paisaje, figuras, iluminación y música dejan en suspenso al espectador-autor quién, ya despierto, mira-lee nuevamente su obra y toma conciencia del fracaso:


La escena se esfumó súbitamente en un estampido que explotó dentro de mí como si hubiera recibido en pleno pecho la descarga de un pelotón de fusilamiento.

Vi de pronto mi mano lívida estrujando el libreto. Lo alisé, lo leí de nuevo. Me reconcilié con los encontrados sentimientos que combatían mi espíritu. Me dije, está bien… No es un réquiem funerario. Tampoco un exaltado canto a la gloria. Es solo un libreto para una película. Relata los hechos del pasado bañados en el aguafuerte de la época contemporánea. ¿Se puede pedir más? Sí. Todo. Pero había que contentarse con poco. El libreto era apenas el negativo de una historia que no se podía narrar en ningún lenguaje. Aquel acontecimiento fantasmagórico superaba todos los límites de la imaginación y las posibilidades de expresión de la palabra y de la imagen (27).



Sobrecarga histórica, realismo de viejo cuño y pulso narrativo de acentos paraguayos habrán de ajustarse al sello de Hollywood y a los gustos de un americano del cineunderground”, para quién la verosimilitud, la fidelidad a la historia documental, eran cosa liviana:


¡Bah! —dijo Mr. Bottom—. A más de cien años, nadie podrá decir que esos detalles fueron verdaderos o falsos. Hay que dar a la gente lo que la gente pide como el pan. Terror, sexo, violencia, en sus crispaciones extremas. Este es el alimento de nuestra civilización. Y no hay otro (28).



Poco dispuesto a modificar su trabajo, Félix acuerda entregarlo a Bob Eyre, un guionista de oficio que había colaborado ya en diversas ocasiones con el productor. Este último ignora completamente la historia de Paraguay; desconoce también su lengua, empleada por Félix Moral en la redacción de su libreto. El norteamericano aprovecha escenas del original, pero


[…] redujo la intriga al juego de dos personajes centrales. Madama Lynch y Pancha Garmendia, en torno a la silueta desvaída del mariscal López, convertido en personaje de opereta que parecía moverse todo el tiempo en ritmo de danza sobre el fondo interrumpido de los valses de Strauss.

El nudo argumental propuesto por Bob Eyre consistía en una guerra secreta entre las dos mujeres en contrapunto sobre el fondo de la “guerra grande” (29).



Ese nuevo ejercicio literario teje los hilos de un melodrama donde Pancha y Elisa lucharán por un semidiós de la guerra que parecía brotar de una tragedia griega; lucharon quizás por un fantoche cinematográfico:


Aparte de las reuniones con oficiales de su estado mayor y algunas visitas a los frentes en retirada, el Mariscal Presidente imaginado por Bob Eyre se pasaba el tiempo en su tienda de campaña haciéndose cuidar los pies, unos pies femeninos y ridículamente pequeños. Las  botas militares, de tacones muy altos, las perneras inmensas, le llegaban hasta las ingles. El brillo del lustrado charol iba delante de él alumbrándole el camino. Daba la impresión que el mariscal de los ejércitos paraguayos caminaba de puntillas para compensar su baja estatura, hamacándose como un pistolero del Far West (30).



Las mujeres también luchan por su belleza, identificándose bajo arquetipos étnicos y rasgos sicológicos. Figura estática, soberbio talante y rojo cabello, la irlandesa; pelo negro, del mismo tinte sus ojos, dulce, candorosa y lunar, serán los atributos de Panchita Garmendía, sin menospreciar con ello su fortaleza de carácter. La primera domina en planos y secuencias:


La aguda, codiciosa e implacable crueldad de sus facciones daba a su cabeza una especie de vibración luminosa. Sobre sus párpados se extendía algo que se asemejaba a una firme capa de hielo. Su rostro era un solo bloque de cálculo bajo el metálico resplandor de sus ojos color turquesa, casi violáceos. Esa belleza imperativa parecía de otro mundo (31).



Vence la segunda por su inocencia y porque, sin rendirse a Solano, tampoco se doblegó ante la extranjera, sufriendo acosos, prisión, vejaciones, tortura y muerte. Las dos


vivieron hasta la vejez, la una en mansa locura, olvidada de todo lo que no fuera su amor por el emperador; la otra, en la demencia de recuperar el fenecido esplendor de su poder, las tierras que le legara el mariscal, su hermoso tesoro enterrado a lo largo de las rutas del éxodo en los centenares de enormes carretones que los transportaban (32).



El contraste ya está servido para un espectáculo, mejorado aún por la fuerza interpretativa y la singular belleza de sus actrices:


En medio de aquella guerra que acabó con un pueblo, la guerra entre las dos mujeres era aún más inmisericorde y cruel: una historia de lírico y trasnochado romanticismo puesto en abismo dentro de otra escena de indescriptible barbarie (33).



Bob Eyre logra seducir al espectador ante la composición de las imágenes, y así lo escribirá Félix Moral en sus anotaciones. Pancha, destrozada por la tortura, escupe sangre a Elisa, gesto de orgullo que manchó el rostro de la extranjera, provocando una respuesta inmediata: se limpió la sangre y la llevó a sus labios cerrando los ojos; después, ordenó  cumplir la sentencia de muerte dictada en contra de su rival. Los niños del campamento asistieron al espectáculo y, tras la ejecución, sin comprenderlo,


vieron desmontar de un salto a la emperatriz y arrojarse de rodillas junto al cuerpo aún caliente de Pancha. La abrazó con desesperación y la besó largamente en la boca como queriendo devolverle la vida que ella había mandado quitarle. Sus edecanes la llevaron en vilo, el uniforme de amazona cubierto de sangre, estremecida por los espasmos de una lamentación interior que estalló en un solo grito de fiera mortalmente herida; “un grito salvaje que no podía salir sino de la vulva de una loba”, escribió un cronista de la época (34).



Esa ficción transgrede la historia oficial y los derechos de rodaje pactados en su día en favor del primer libreto, tanto más cuando la relación entre las mujeres alcanza una crispación extrema, desvelando a los testigos el corazón enfermizo de la irlandesa. El odio hacia su enemiga es un gesto de pasión secreta e inconfesable, propia de los seres destinados a cohabitaciones ocultas. El tiranosaurio Stroessner quiso reprimir con su ejército las mentiras de un panfleto antihistórico y antiparaguayo:


Bajo el fuego de morteros y ametralladoras el centenar de actrices, actores y técnicos y los cinco millones de “extras” que acampábamos en las cercanías de Cerro-Corá, tuvimos que huir por la picada del Chirigüelo sembrada de cadáveres y cañones de utilería. Helicópteros de la Fuerza Hemisférica vinieron de Sao Paulo a rescatar a las actrices y actores extranjeros. Estos contemplaron, divertidos, esta otra pequeña guerra, que no figuraba en el libreto, pero que parecía formar parte real de la Gran Guerra de hacía más de un siglo (35).



El trabajo de Bob Eyre, rodado hasta una secuencia compartida —la crucifixión de López—, circula todavía por las cinematecas internacionales, ofreciendo así a los curiosos de turno


…una mescolanza indescifrable de escenas de barbarie y de terror alumbradas por el fego de las batallas. Pudo esta epopeya fílmica construir el mayor testimonio sobre aquella alucinante hecatombe de un pueblo, un país. Las cosas sucedieron de otra manera. Aquella aventura que quiso registrar en imágenes el “duro siglo de la Patria” es ahora menos que un sueño para mí. No se repetirá (36).



Félix todavía juega desde su exilio a mirar por el calidoscopio. Verá secuencias de la crucifixión filmada en Paraguay. Frente a esas imágenes, y escuchando Mozart en la banda sonora de la cinta, contemplará de nuevo una historia que nunca sucedió, pero la siente intolerable por momentos:


A veces se me escapan los sollozos. Me río a carcajadas para disimular. En realidad la imagen del Cristo paraguayo no es más que la imagen de una ruina. ¿Y qué es una ruina sino una imagen estancada en el tiempo? El tiempo liberado de su duración (37).



El aventurero británico Richard Francis Burton había publicado en 1870 sus Cartas desde los campos de batalla del Paraguay, una obra donde, con lenguaje pintoresco e imaginativo, se narran escenas de la Guerra Grande bajo la perspectiva de un extranjero (38). Félix Moral descubre así las dimensiones políticas del conflicto (39), valorando también las pinturas realizadas por Cándido López durante su aventura en los frentes:


Por momentos no se sabe si Sir Richard está traduciendo con palabras, necesariamente más pobres que las imágenes y como deformadas groseramente, las visiones de delirio de Cándido López, el pintor de la tragedia. Burton vio y admiró esos cuadros que iban saliendo “del natural”  pero también de una visión de ultratumba; incluso vio pintar a Cándido López, sentado entre los muertos, al final de la batalla. “Parecía un sordomudo o un sonámbulo completamente fuera del mundo real” (40).



Cándido López dominará en la escritura de Burton bajo palabra de su vicario Félix Moral, descubriendo así con perfiles rioplatenses otra víctima de la historia y un espectador visionario de la Guerra Grande. La pintura de Cándido es una crónica de paisajes, batallas y momentos; dibuja perspectivas, cosas y detalles;  limita espacios y zonas en la representación —el cielo arriba y la tierra por debajo—; equilibra luces y sombras en la tela; y vacía en blanco el ojo de las figuras humanas representadas en los cuadros,  reservando al espectador el privilegio de mirarlas:


Acaso estos cuadros, según un enigma no aclarado aún, fueron la obra de otro pintor, un paraguayo llamado también Cándido López. El argentino pintó el avance triunfal de las tropas empenachadas de púrpura y gualda, la marea incontenible de barcos y armas pesadas, el galope de escuadrones con sus lanzas resplandecientes y sus banderines flameando a todos los vientos, las figuras ecuestres de los jefes aliados, erguidos en las cumbres y señalando con el sable corvo la dirección de la victoria. El Cándido López paraguayo se ocupó de la vasta y oscura pululación de los vencidos.

[…]

Cándido López era la única figura, pero invisible, en medio de la trituración espectral que mezcla el alba con la noche, los seres vivientes con los minerales y el horror, las penurias y la muerte con la potencia invencible de la vida. La presencia constante y silenciosa del pintor menguante se ha convertido en un elemento anodino del paisaje.

[…]

A ese pintor se le atribuye la Crucifixión de Cerro-Corá. Pero como digo, se trata de una leyenda inventada por los enemigos del mariscal (41).



Las noticias elaboradas por un testigo neutral de los hechos, permiten a Félix articular su relato mediante citas del original, comentarios pertinentes a esos fragmentos, divagaciones oportunas, momentos significativos y detalles anecdóticos (42), perfilando nuevamente a sus protagonistas. Contemplada por el rijoso Burton, ve a una Elisa Lynch hermosa y de gran personalidad:


Conocí a muchas mujeres --anota—de una hermosura semejante. Pero la de Ela era única. […]. Sus cabellos, de color de cobre recalentado al rojo, estaban peinados en forma de una diadema en torno a su cabeza; el rostro, velado por tenue luminosidad, daba sensación de lejanía, de ausencia. Parecía un ser de otro mundo. Y lo era. Las formas puras de esa mujer eran su única pureza. Su cuerpo era su única alma.

[…] Destaca irónicamente el contraste entre la gran dama de corte por las noches y su apostura de amazona, durante el día, sus órdenes en aterciopelada voz de contralto idéntica a la maravilla de su cuerpo, sus briosos galopes en la fajina bélica, ceñida en su uniforme de botas charoladas de granadero y su sombrilla de mango de oro, engastado de fina pedrería, que empuñaba a sol y a sombra. Cuando cabalgaba la llevaba colgada de su cinturón como un espadín de oro enfundado en albo raso (43).



Era López, dice, un terrible figurón alcohólico, enfermo y con detalles ambiguos:


[Solano era] de baja estatura, abultado abdomen, nariz chata de leopardo, los ojos de cuarzo ribeteados de una orla de sangre, la cara enormemente hinchada por el dolor de muelas […]. “Bebía entonces--añade--desaforadamente, y el aguardiente le sumía en borracheras embrutecedoras […].

[…] poseía unos pies pequeños, blancos, casi femeninos, “los más pequeños y mejor cuidados que yo hubiese visto en un hombre”. Esos pies le obligaban a un andar de pasos muy cortos, balanceándose sobre los altos tacones de sus botas, caricaturiza Burton. “En los momentos de reposo, uno de sus asistentes se arrodillaba ante esos pies, los lavaba, los masajeaba con ungüentos vegetales aromatizados y pulía las uñas. Finalmente los depositaba con sumo cuidado sobre un almohadón escarlata en un acto de verdadera adoración hacia el amo, profundamente dormido, que se quejaba en sueños de esa caries monumental (44).



Juntos, tallados en piedra, forjados en hierro y con una dominante femenina, ofrecen una sola imagen:


[…] en ellos estaba restablecido el equilibrio de la especie por lo más alto. Hombre de inmensa energía, Francisco Solano López se había entregado a todos los excesos de esa guerra terrible y los había sobrepasado sabiendo que lo hacía para nada. Más que amo de su pueblo era su vicediós. […]. La “mariscala” ejercía sobre él ese tipo de dominio que se asemeja al hechizo. Los ojos glaucos, la mirada insondable de la irlandesa tenían más poder que los ojos inyectados en sangre de la fiera humana.

[…] Ella lo amaba a su modo. Elisa Alicia seguramente no podía amar a ningún hombre en los términos del amor conyugal. No lo podía amar sino como el mediador y realizador de su desmesurada ambición. Esta desmesura era la naturaleza y la medida de su amor por Solano López. La magnífica razón de su amor era la aventura misma de ese amor, la loca empresa de construir juntos el imperio que el amor había inspirado a esta mujer de recio temple nacida para emperatriz. En ciertos estados de concentración y complejidad, la materia más fría siempre tiene un alma. La ambición de Ela tenía el alma que faltaba a su cuerpo. (45) 



Mientras duró la guerra, uno y otra guardaron maneras cortesanas; trazaron itinerarios y estrategias militares, arruinando el país; jugaron a colgar medallas, premiando actos heroicos y honrando servidumbres; avalaron un Tribunal de Sangre al gusto de inquisidores, dictando sentencias y ajusticiando víctimas (46). En última instancia, simbolizaron el triunfo y crearon una leyenda viva del nacionalismo paraguayo, reclamando idolatrías y sacerdocios. Francisco Solano López murió en campaña y sobrevive todavía con el lopismo; Elisa Alicia Lynch se fugó a Europa, velará desde allí al Cristo de Cerro-Corá y cuidará su iglesia, litigando en tribunales para recuperar un patrimonio legítimo (47). Del primero queda un lema heroico traducido a veces como negro epitafio nacional: “¡Muero con mi Patria!”; con ritmos brasileños aún es motivo de chanzas y celebraciones carnavalescas de agonía, expresados en sones, danzas, pólvora y logorreas. Doña Elisa Lynch congeló su imagen:


[…] vestida de riguroso blanco nupcial, sube a la carreta que ha de llevarla al destierro […].

La cerrazón de polvo rojo de esa tierra cargada de hierro va oscureciendo la blanca silueta entre la indiferencia de un sol de fuego y la curiosidad lasciva de la soldadesca (48).



El padre Fidel Maíz también cuenta en la historia:


[…] un hombre como él, forjado a imagen de esta tierra y nutrido con sus esencias y sus escorias, no ha sido aún comprendido. En su degradación, en sus crímenes, en sus pecados, es el antihéroe más puro y virtuoso del Paraguay. Fue un genuino soldado de Cristo, el Judas de la Última Cena, un  apóstol que juró en falso infinidad de veces, un antisanto sin corona de martirio surgido del cristianismo de las catacumbas que tuvo en el Paraguay su último refugio. Nadie entendió a este hombre, a este sacerdote, que eligió cometer los pecados más execrables ofreciéndose como víctima propiciatoria, un negro y rijoso cordero pascual, el más infame y miserable, para que la sangre de Cristo, vertida en el Gólgota, tuviera un sentido fuera de la imposible redención humana […]
[…] Que sus pecados le sean perdonados… (49)




Echar cuentas


…de lo que ahora se trata es que el mito formal de la libertad sea reemplazado por la imaginación verdaderamente liberadora; que la práctica de la literatura como arte y como trabajo sea más libre que nunca, y que el universo de lo imaginario emerja con más fuerza y profundidad de la fuente misma de la realidad y de la historia. (A.R.B. “Una cultura oral”)



Roa Bastos, decanta ese propósito liberador en las notas que atribuye a Miguel Vera, testigo de la guerra fronteriza boliviano-paraguaya; el trabajo de un compilador anónimo, rastreando huellas del Karaí Francia; y la obra escrita por Félix Moral, con la intención de narrar confidencias. Lejos de ortodoxias, dictados, imposturas y chalaneos nacionalistas, ellos también guardan memoria de la Guerra Grande, Solano López y Madama Lynch, desde Hijo de hombre, Yo el Supremo y El fiscal.

Puesto a desvelar sus historias del Paraguay, Roa no emplea únicamente criterios historiográficos, que tampoco le garantizan una veracidad interpretativa fiable; actúa sobre la misma realidad, vinculándose  a ella con el habla del universo expresivo guaraní, la  institucionalización de un bilingüismo paternalista, cuando mucho diglósico (50), y las formas de una cultura letrada, en castellano. El mismo autor prefiere identificar su tarea creativa como testimonios de ficción, cuestionando así las ficciones documentadas que manejan los plumillas (50). Conseguirá sus objetivos buscando un difícil acuerdo entre oralidad, escritura y el buen uso de los mitos:


El buen uso de los mitos nos ayudará a hacer buen uso de los leguajes; a terminar con las traiciones y las coartadas del pensamiento civilizador; a forjar herramientas de un saber crítico que se constituye criticándose a sí mismo, en un primer momento y que, en última instancia, lleva a identificar las palabras y la acción, cuando las sociedades ya no soportan la presión de los factores que las desintegran y deshumanizan (52).



Esta lectura de la realidad integra el pasado, el presente y el futuro en la magnitud de un tiempo viviente, ya lejos de una culturología caníbal (53).

I. Macario Francia siempre hablaba en guaraní, deslumbrando a los niños de Itapé con sus relatos del pasado. Aquel mismo viejo es una superchería literaria que apenas tiene valor histórico, dirá El Finado (54). Eso escribirá Roa Bastos en Hijo de hombre, con las notas de Miguel Vera; desde Yo el Supremo, a crédito de un compilador anónimo.

Así defiende Roa un trabajo que  oscila entre distintos planos de actuación: tradición narrativa: indígena/colonial; lengua: oral/escrita; sistema expresivo: castellano/guaraní-castellano/castellano-guaraní/jopará; intereses políticos y lastre social: dominante/dominado; tendencias: dinámica/institucionalizada; objetivos: descriptivo-histórico/simbólico-literario. Sin ordenar con palabras el universo caótico de Paraguay, un autor de ficciones vinculado al periodismo busca rigurosamente sus aromas en la memoria del son-ido (55). La Guerra Grande tampoco se olvida.

II. Félix Moral recuerda: su abuelo Ezequiel Gaspar luchó junto a Bernardino Caballero y estuvo cerca del Mariscal durante la guerra de la Triple Alianza. El viejo centenario declaraba con ironía que su residencia en Misiones había sido un pedazo de las tierras que Solano regaló a Elisa Lynch. Chismoso y lenguaraz, lo juzgarían por traidor, arrebatándole propiedades y casas en Asunción. Moriría sin fortuna, de un síncope o de un tiro en la nuca. Entre gallos y medianoche lo sepultaron. El Panteón Militar, fosa donde toda honra se arroja, guarda sus despojos.

Ezequiel Gaspar describe a su nieto la situación del proscrito (56); le informa sobre algunas vivencias militares, expresando criterios de orden político; y supone un estímulo para iniciar su doble aventura cinematográfica sobre la Guerra Grande, ya como espectáculo. El trágico realismo del primer guión fracasó en una empresa sin haberse iniciado el rodaje; la efectividad melodramática introducida por un segundo libreto suspendió la otra durante las últimas escenas de batalla (57).

El mismo Félix, también a propósito del viejo Ezequiel, comenta una de sus lecturas: en Cartas desde los campos de batalla del Paraguay, el aventurero Richard Francis Burton, declarándose amigo del mariscal Solano y doña Elisa, cuenta una versión personal de la Guerra Grande. La obra, que ha de valorarse como testimonio de los hechos que narra, destaca igualmente por sus rasgos de fantasía y detalles humorísticos (58).

Leyendo a Richard F. Burton prueba Félix Moral que una sola historia genera distintas formas de contarla, sin traicionar con ellas el plano de lo real, su verosimilitud narrativa y la dimensión simbólica de un quehacer literario atento nuevamente al buen uso de los mitos (59). Sobre los cuadernos de un autor seudónimo, escribe Roa El fiscal, donde,  bajo palabra del abuelo Ezequiel Gaspar, en tareas cinematográficas y dando crédito a una lectura, se hilvanan otra vez los fragmentos de una Guerra Grande, rastreados bajo la sombra de López y Madama Lynch. 

PS. La guerra de la Triple Alianza es un conflicto bélico de hondo calado y superior envergadura; el Mariscal y Elisa Lynch, sus protagonistas; Roa Bastos distribuirá una y otros en Hijo de hombre,  para iniciar su relato; Yo el Supremo, entre líneas; y al hilo de oportunas digresiones, con El fiscal. Relacionadas entre sí, ofrecen la historia del Paraguay, actualizando también la Guerra Grande, como un espectáculo hermoso, aterrador y verdaderamente crítico frente al poder, la violencia y el tiranosauro Strossner. Guarda memoria de todo un solo personaje anónimo: Miguel Vera, el compilador y Félix Moral:Roa, debatiéndose con ellos:


YO siempre he sido YO; es decir, cuantos dijeron YO durante este tiempo, no eran otros que YO-ÉL, juntos (60).





Notas

(1). Muere José Gaspar Rodríguez de Francia en 1840; Carlos Antonio López no habría de gobernar el país en solitario hasta el 12 de marzo de 1841. Entre uno y otro año trataron de suceder al doctor Francia Policarpo Patiño, secretario del Supremo y consejero de una Junta Militar provisoria, un triunvirato y un consulado bicéfalo, repartido entre Mariano Roque Alonso y el mismo Carlos Antonio López.

(2). También fueron hijos de Carlos Antonio López y Juana Pabla Carrillo, Ignacia, Venancio, Rafaela y Benigno. El padre hubiera elegido para sucederle a Benigno, pero el Congreso decidiría nombrar finalmente al hermano mayor, Francisco.

(3). M. Cancogni /I. Boris, El Napoleón del Plata. Historia de una heroica guerra sudamericana, Barcelona, Editorial Noguer. Historia Contemporánea, 1972, p. 41.
Otros autores han escrito a propósito del Mariscal: J. E. O’Leary (El mariscal Solano, 1912); C. Pereyra (Francisco Solano López y la Guerra del Paraguay, 1919); A. Rebaudi (Un tirano de Sudamérica. Francisco Solano López, 1943); J. A. Cova (Solano López y la epopeya del Paraguay: la historia es verdad y justicia, 1959); R. Gonzálvez Bothelo (Francisco Solano López; pasión y muerte de un héroe, 1970); A. Bray (Solano López, soldado de la gloria y del infortunio, 1984); C. García (Francisco Solano López, 1987).

(4). Ibidem, p. 41.

(5). Ibidem, pp. 41-42. Algunas historias dirán que Solano y Elisa Lynch se conocieron en Argelia, tuvieron una segunda cita en Londres y confirmaron su relación en París.

(6). Ibidem, p. 42. Una versión más sórdida descubre cómo llegó Elisa Lynch a París. Todavía en Argelia, Quatrefages quiso negociar un ascenso facilitándole a un oficial de rango superior, el coronel D’Aubry, una relación íntima con su esposa, que por entonces ya tenía otro amante ruso, el conde Mijail Meden. Lucharon en duelo ambos pretendientes, murió el francés y Quaterfages zanjó la historia, que dañaba su honor, culpando a Elisa y “exiliándola”. Ella viajó primero a Londres, buscando refugio en casa de su amiga de infancia, Eduvigis Strafford, para instalarse ya en París, donde quizás llegó a prostituirse. Gabriella Dionisi facilita numerosas referencias bibliográficas centradas en la figura de Madama Lynch (“Lecturas y re-lecturas de la ‘Madama’ del Paraguay: un recorrido bibliográfico”, en Les guerres de Paraguay aux XIX et XX siècles, edición a cargo de Nicolás Richard, Luc Capdevila y Capucine Boidin, Paris, Colibris Editions, 2007, pp. 365-367). Dionisi afirma conocer también la novela virtual escrita por Elaine Stirling sobre aquella mujer (Madame Lynch, 2007), atribuyéndole igualmente a Guido Rodríguez Alcalá una ficción literaria en curso a propósito de la Madama. Puede añadirse a esas referencias el trabajo de A. Paltrinieri (Elisa Lynch. Historia de amor, traición y muerte, 1998).

(7). Ibidem, p. 42.

(8). Juana Pabla Pesoa, de origen brasileño, le había dado ya un hijo a Solano antes de su viaje. Con Elisa Lynch tuvo siete: Pancho, Corina Adelaida, Federico, Carlos, Leopoldo, Enrique y Miguel.

(9). Solano recluyó primero a Elisa en una quinta de su propiedad, cerca de Asunción, visitándola con frecuencia. Muerto Carlos Antonio López, fijaron ambos su residencia en la ciudad, sin compartir techo. Nunca gozó ella de simpatías en los círculos femeninos asunceños, pero llegó a imponerse, modificando las costumbres, atendiendo algunas demandas sociales y participando en tareas de gobierno.

(10). M. Cancogni /I. Boris, op. cit., pp. 52-53. Sin cuestionar el protagonismo del mariscal Solano y Elisa Lynch, amplia es también la bibliografía sobre la Guerra Grande: T. Fix (La guerra del Paraguay, 1870); S. Magnasco (Guerra del Paraguay, 1906); J. E. O’Leary (Historia de la guerra de la Triple Alianza, 1912); J. Crisóstomo Centurión (Memorias o reminiscencias históricas sobre la guerra del Paraguay, 1944); P. Roca (“Revisando la guerra del Paraguay. Los límites de la ficción histórica”, prólogo a Cuentos de la guerra del Paraguay, 1966);  J. C. Herken Krauer (Gran Bretaña y la guerra de la Triple Alianza, 1983); M. Rivarola (La polémica francesa sobre la Guerra Grande, 1988); F. I. Resquin (La Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza, 1996); O. Juan Magnaterra (La guerra de la Triple Alianza. Desde la diplomacia del panteón al lenguaje del cañón, 2002). Resulta útil consultar el trabajo de L. M. Brezo: “La historiografía paraguaya: del aislamiento a la superación de la mediterraneidad” (Diálogos, revista de la Universidad de Maringa, nº 07). Suelen manejarse dos versiones a propósito de la influencia que tuvo Elisa Lynch sobre López cuando se discutía en los círculos de gobierno una intervención militar en contra de la Triple Alianza. Dicen unos que trató ella de aplazarla, cuando menos hasta recibir el material bélico europeo; cuentan otros que logró persuadir a Solano, declarando éste una guerra que los identificara como Napoleón y  emperatriz de América, respectivamente.

(11). Durante la colonia, el Cabildo asunceño se había enfrentado ya en diversas ocasiones a los vecinos del Plata, reclamando el trato de privilegio que, por servicios al gobierno de la corona española, se le había otorgado. Las relaciones con Brasil también causaron múltiples conflictos. Esas tensiones justifican de algún modo la política de aislamiento que dictara el Supremo, basada en fundamentos nacionales. Carlos Antonio López, mantuvo esos rasgos nacionalistas para legitimar su poder. Francisco Solano valoraría los antecedentes históricos del país al declarar su Guerra Grande.

(12). C. Báez, Resumen de la historia del Paraguay, Asunción, Talleres de H. Graus, 1910, pp. 139-140. El historiador paraguayo atribuye a Solano López rasgos de un personaje soberbio, caprichoso y autoritario, imagen confirmada por Manlio Cancogni e Ivan Boris en su aproximación biográfica del Mariscal. 

(13). M. Cancogni / I. Boris, op. cit. p. 275.

(14). Ibidem, pág. 277. Elisa Lynch regresó a Paraguay en una ocasión, invitada por el nuevo presidente, Juan Gill, un antiguo y leal servidor. El motivo del viaje fue la defensa del patrimonio nacional que Solano le confiara. Su llegada revolucionó a un grupo de mujeres patricias, que solicitaron la inmediata expulsión de la irlandesa. Gill atendió la demanda y Elisa tuvo que abandonar el país. Agonizó en Francia, murió junto al relicario que guardaba los cabellos del Mariscal y de su hijo Pancho; velaron ese cadáver la portera de su edificio, un médico, Eduvigis Strafford y una hermana de ésta; pudieron enterrarla, sin lujos, en Montmartre. Tras 112 años de haber publicado Elisa Lynch su Exposición y defensa (Buenos Aires, Imprenta Rural, 1875), con testimonios del propio itinerario en los años siguientes a la Guerra Grande, y para legitimar su condición de viuda y heredera del Mariscal Solano, la Fundación Cultural Republicana de Paraguay reimprimirá de nuevo el original de la Madama en una edición facsimil de 1987, añadiéndole una selección de cartas escritas por Elisa Lynch, su hijo Venancio, Juanita Pesoa y Emiliano López.

(15). Ibidem, p. 277.

(16). Ese tipo de consideraciones las explicita Roa Bastos, al menos, en “Crónica paraguaya” y “Hacia la reconciliación nacional. Carta abierta a los paraguayos” (Anthropos. Suplementos. Antologías Temáticas. Barcelona, nº 25, abril, 1991, pp. 49-54 y 59-66. El original del primer trabajo se había publicado en Sur, 293, marzo-abril, 1965; remite al diario madrileño ABC, 16 de febrero de 1986, la segunda referencia). Roa comparte la opinión de algunos historiadores que atribuyen la Guerra Grande a una política neocolonial en contra de los Estados-nación. El Pacto Secreto de la Triple Alianza sumió el Paraguay en una lucha inocua: “[…] preparada por los oligarcas y las castas platenses y cariocas en cohesión con los banqueros y mercaderes del imperio británico” (“Hacia una reconciliación nacional. Carta abierta…”, op. cit., p. 60). Los datos que suelen manejarse a cuenta del Paraguay son elocuentes: 500.000 habitantes al inicio de la campaña; 200.000, en su mayoría niños, ancianos y mujeres, cuando finalizó. Cederá  120.000 kilómetros cuadrados, distribuidos entre Argentina y Brasil, según acordaba el Tratado Secreto. En opinión de Roa Bastos, el poder oficial que gobernaría en Paraguay tras su derrota, hipotecó libertades, anestesiaría conciencias y lograría imponer al dictado un nacionalismo etnocéntrico de la peor calaña, rindiendo “[…] culto demagógico a los héroes como legitimación de antihéroes mediocres, cuya fuerza radica en la complicidad de la corrupción con sus personeros, en la degradación general de la sociedad. Tales nacionalismos y patrioterismos no son más que el oportunismo y el aventurismo erigidos cerrilmente en razón de Estado y no pueden triunfar sino por la violencia, la división y las persecuciones institucionalizadas como métodos de poder. Ellos acaban instalando el miedo en la sociedad oprimida como la única fuerza posible de conciencia pública. […] Ejemplo de patriotismo llevado hasta los últimos límites del sacrificio fue la guerra de la Triple Alianza… (“Hacia una reconciliación nacional. Carta…”, op. cit, p. 60).

(17). Personaje histórico, Fidel Maíz había ocupado el cargo de notario eclesiástico en tiempos de Carlos Antonio López; lo encarcelarían por criticar en principio la sucesión de Francisco Solano; rectificaría pronto ese juicio, librándose de su encierro. Actuaría como fiscal en los Tribunales de Sangre, durante la guerra de la Triple Alianza. Superado el conflicto, defendió en público la memoria de Solano; sucedió al nuncio Manuel Vicente Moreno en la diócesis asunceña; se le invalidaría el nombramiento ante la presión en contra de civiles y eclesiásticos paraguayos, también por indicación de la Santa Sede —lo acusaban unos de haber colaborado en la muerte del obispo Pané, dictada por el Tribunal de Sangre; otros cuestionaban su filiación paraguaya—. Entre sus obras destaca un alegato personal de carácter reivindicativo: Etapas de mi vida: contestación a las imposturas de Juan Silvano Godoy.

(18). A. Roa Bastos, Hijo de hombre, Buenos Aires, Editorial Losada, 1980, pp. 18, 15 y 171. El viejo Macario identifica el mito paraguayo del Karaí Guasú con la figura histórica de José Gaspar Rodríguez de Francia, Supremo dictador y custodio infernal de tierras y gentes, también modelo nacional útil de valor simbólico para gobernantes afines como el Mariscal Solano López y el tiranosaurio Strossner. Macario recuerda que todavía niño veían todos a diario, en Asunción, la figura espectral del Supremo. Cabalgaba “en su paseo vespertino por las calles desiertas, entre los piquetes armados de sables y carabinas. Montado en el cebruno sobre la silla de terciopelo carmesí con pistoleras y fustes de plata, alta la cabeza, los puños engarfiados sobre las riendas, pasaba al tranco venteando el silencio del crepúsculo bajo la sombra del enorme tricornio, todo él envuelto en la capa negra de forro colorado, de la que sólo emergían las medias blancas y los zapatos de charol con hebillas de oro, trabados en los estribos de plata. El filudo perfil de pájaro giraba de pronto hacia las puertas y ventanas atrancadas como tumbas, y entonces aun nosotros, después de un siglo, bajo las palabras del viejo, todavía nos echábamos hacia atrás para escapar de esos carbones encendidos que nos espiaban desde lo alto del caballo, entre el rumor de las armas y los herrajes” (Hijo de hombre, op.cit. pp. 15-16).

(19). A. Roa Bastos, Yo el Supremo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1974, pp. 102 y 200. En las notas del compilador anónimo (pp. 291-292), se transcribe otro relato del viejo Macario, historia que anteriormente había desarrollado el mismo Roa en uno de sus cuentos (“Macario”, Cuerpo presente, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1971, pp. 53 a 63).

(20). A. Roa Bastos, El fiscal, Barcelona, Alfaguara Hispánica, 1993, p. 30. De origen paraguayo, Félix Moral declara ser alias de un exiliado, haber cambiado su aspecto, sentir nostalgias y proyectar querencias. Todo junto, engaños imposibles: “La obsesión de todo exiliado es volver. No puedo regresar con la cara del proscrito. He tenido pues que adoptar un nombre seudónimo y un cuerpo seudónimo que tornara irreconocible el propio, no digo el verdadero porque ése ya tampoco existe. Puede uno inventar otra forma de vida, pero no disfrazarse de otro para seguir siendo el mismo” (El fiscal, p. 14). Con su yo extrañado, Félix guarda memoria del abuelo Ezequiel Gaspar: “El viejo soldado-niño que guerreó en la Guerra Grande cuando apenas tenía 13 años […]. “Vivo —solía ironizar el viejo— en una pequeña fracción de tierras que el Mariscal regaló a la Lynch, un poco antes de Cerro-Corá” (El fiscal, p. 15); “Lo enterraron entre gallos y medianoche, sin mayores requilorios, en el Panteón Militar de la Recoleta. Ezequiel Gaspar, considerado uno de los mejores granaderos del Ejército Grande, fue oficial de Bernardino Caballero y acompañó a Solano López hasta su muerte en Cerro- Corá” (El fiscal, p. 17).

(21). El fiscal, pp. 30 y 34.

(22). En las notas que Roa le atribuye a Félix Moral, el padre Maíz es un hombre forjado a semejanza de su tierra, nutrido en sus esencias y sus escorias; el vocero de la Prostitución Patriótica: “En su degradación, en sus crímenes, en sus pecados, el antihéroe más puro y virtuoso del Paraguay. Fue un genuino soldado de Cristo, el Judas de la última Cena, un apóstol que juró en falso infinidad de veces, un antisanto sin corona de martirio surgido del cristianismo de las catacumbas que tuvo en el Paraguay su último refugio. Nadie entendió a este hombre, a este sacerdote, que eligió cometer los pecados y los sacrilegios más execrables ofreciéndose como víctima propiciatoria, un negro y rijoso cordero pascual, el más infame y miserable, para que la sangre de Cristo, vertida en el Gólgota, tuviera algún sentido fuera de la imposible redención humana” (El fiscal, op. cit., p. 296).

(23). Pintor e ingeniero hidráulico, Matthias Grünewald elaboró entre 1512 y 1516 las dieciocho piezas de un retablo, expuesto en la ciudad francesa de Colmar (Museo de Unterlinden). Rige dicha obra un Cristo de admirable factura y trágico realismo. En los últimos años del sigo XIX, Joris Kart Huysmans describe los méritos y la fuerza expresiva del pintor Grünewald en Allá lejos (1891), acentuando su precisión narrativa frente al crucificado. El Cristo de Grünewald y los juicios valorativos de Huysmans cuentan de nuevo en la escritura de Roa Bastos y Félix Moral, evocando uno y otro, en compañía de su verdadera Jimena literaria, la crucifixión del Mariscal Solano. Ya Huysmans “[…] contempló y describió con inocultable emoción mística, la Crucifixión de Matheus Grünewald, a la que calificó de la mayor obra del naturalismo sobrenatural que produjo el gótico tardío, la más poderosa Crucifixión que se haya pintado jamás. Le dio un título exaltado: “la divina abyección de Grünewald. No podía yo alejar de mi mente ni dejar de sobreimprimir sobre el Cristo del retablo que estábamos contemplando las imágenes evocadas por las palabras del gran escritor de Allá lejos, que prefiguraban su conversión. La sensación que me sobrecogió era de otra naturaleza. Algo extraño perturbaba mi visión. Observé de pronto que a la cabeza gacha le había crecido una espesa barba. Y en ese mismo instante tuve conciencia de que en el Cristo de Colmar había estado contemplando todo el tiempo en Cristo de Cerro-Corá” (El fiscal, op. cit., p. 88). También Grünewald dibujaría el busto de un personaje masculino que, bajo el título de Trias Romanas, fusiona tres rostros (Gabinete de grabados de los Staatliche Museen, Berlín). En 1943, Emil Market advirtió la semejanza entre la obra y un panfleto de Ulrico von Hutten (Vadiscus sive Trias Romana, 1520), donde su autor critica los vicios de la iglesia católica. Quizás Félix Moral evoca esa pieza, fotografiando la cara de un viejo amigo, ya difunto, Pedro Alvarenga, criticando así la violencia represiva de Alfredo Strossner: “El triple rostro se había juntado en uno y esa fusión produjo el efecto de que el muerto se había movido bruscamente en el momento mismo de de la toma” (El fiscal, p. 304).

(24). El fiscal, op. cit., pp. 31, 32 y 33. La imagen de Solano, centrada sobre un paisaje oscuro, desplaza su protagonismo a ese medio natural, único testigo del crucificado. Al fondo, un treno, ritmo agónico de origen ancestral; después, silencio: “El bosque se erguía espectralmente a la luz de la luna. La inmensa extensión salvaje, el cuerpo colosal de la vida fecunda y misteriosa parecía contemplar imposible el espectáculo de la muerte de un hombre amarrado a la cruz. Desde sus profundidades, surgió de repente una lamentación trémula y prolongada de lúgubre miedo, de extrema desesperación acaso como la que va a surgir  tras la deseperación de los últimos sobrevivientes sobre la tierra. Cesó el fúnebre réquiem. El silencio volvió a pesar como una losa inmensa sobre la espesura” (El fiscal, p. 34).

(25). El fiscal, op. cit., p. 34.

(26). Ibidem, pp. 31-32 y 35.

(27). Ibidem, op. cit., p. 36. La música de fondo remite a los versos de un coro trágico, anunciando el futuro de los héroes, lamentándose por las ruinas de una guerra: “Raza inmemorial…/ Tu tiempo ha caído en el vacío…/ Desde ahora sólo vivirás en el pasado…[…] Lloremos la muerte de la patria…/Ha muerto… y el simulacro que aún queda de ella/ Sólo sirve para deshonrarla…/ Llegado es el tiempo de los ladrones,/ Asesinos y sepultureros…/¡Malditos sean por toda la eternidad!...”.

(28). Ibidem, pág. 37.

(29). Ibidem, pág., 37. “La doncella del Paraguay”, Pancha Garmendia, era nieta de un español fusilado en 1830 por el Supremo. Huérfana de padre, tuvo en Solano a un admirador impertinente y a Elisa Lynch como rival. Narciso R. Colmán (1876-1958) escribió un poema dedicado a esa mujer, incluyendo esos versos en Ocara Poty (1917, 1921), una recopilación significativa de su tarea literaria. Publicó también una obra de gran envergadura: Ñe’ë roryra, donde transcribe y clasifica unos cinco mil términos de origen guaraní: decires (ñe’ënga), refranes (oje’eva), analogías (ha ete) y expresiones idiomáticas (peichami). Según confiesa el mismo autor/recopilador, le proporcionó ese material un viejecito casi analfabeto que luchó en la Guerra Grande y ya era una figura liviana de piel y hueso, respetada en Paraguay: el sargento Ñanduá. Ese anciano habla de Pancha, recordando una leyenda popular, que ya se había musicado. Esos antiguos registros le interesaron a Mauricio Medina, que habría de facilitárselos a Ciriaco Vega, recogiéndolos este al organizar su cancionero guaraní. El sobrino de Ciriaco, José Calazán Centurión Vega, decide armonizar nuevamente la pieza, que habría de grabarse por indicación de Victor Barrios en 1993-1994. Milagros Ezquerro publicará en 2002 una pieza teatral de Roa Bastos que, bajo el título Pancha Garmendía (ópera en cinco actos), escenifica de nuevo las relaciones históricas entre la Madama y aquella doncella del Paraguay (Iris, Université Paul Valéry, Montpelier, pp. 25-65). Fechada su redacción en 1995, y según confiesa el autor a Milagros Ezquerro, esa obra “está pensada para su adaptación y desarrollo en tres versiones diferentes: ópera lírica, pieza de teatro o película cinematográfica (incluso la versión en video para miniseries televisivas), según el género que adopte”. La condición escenográfica o fílmica de la obra, y el significado de la misma no se traicionan por el novelista en la escritura de El fiscal. Sobre Pancha Garmendía escriben también Roberto A. Romero (Pancha Garmendía y Solano López. Leyenda y realidad, 1999) y Maybell Lebron (Pancha Garmendía, 2000).

(30). El fiscal, op. cit., p. 37.

(31). Ibidem, p. 39.

(32). Ibidem, p. 40. Félix Moral recurre a un anacronismo literario al descubrir esas coincidencias entre las dos mujeres. Pancha Garmendia todavía era joven cuando la ejecutaron en Zanjajhú, el 11 de diciembre de 1869; Elisa Lynch apenas cumplía los cincuenta el día que murió en París, treinta y cinco años después. Los tesoros del Paraguay que Solano llevaba consigo en los itinerarios de su Guerra Grande y confió en su testamento a Elisa Lynch, todavía son una leyenda viva y un misterio nacionales.

(33). El fiscal, op.cit., p. 41.

(34). Ibidem, op. cit., pp. 43-44. La historia confirma esa versión de los hechos; también sus antecedentes: bajo la sospecha de haber colaborado en un intento de asesinato, siendo la víctima el mariscal López, Pancha Garmendia fue juzgada en Curuguatý por el Tribunal de Sangre. La denunciaron el coronel Marcó, su esposa y otras mujeres. La sentenciaron a muerte durante los “procesos de San Fernando”, se aplazó la ejecución y hasta cenaría una noche con sus verdugos. Llegaron a torturarla con el propósito de obtener información del complot que la involucraba y para que falseara sus confesiones. Murió un amanecer a la orilla de un río: “Pancha llevaba encima sólo una sábana. Herida, sufriendo, caminaba con dificultad. Nadie habría reconocido en aquel rostro deshecho la belleza de un tiempo. Apenas la tocaron las puntas de las lanzas, cayó en tierra, muerta. Sus acusadores sufrieron mucho más” (M. Cancogni; I. Boris, op. cit. pp. 263-264).

(35). Ibidem, p. 44.

(36). El fiscal, op. cit., p. 45.

(37). Ibidem, pág. 47. El tiempo de la historia, su naturaleza subjetiva y la proyección de ambos registros en la escritura de imaginación; también bajo las formas de un artificio musical bien armonizado, permiten a Félix hurgar en las entrañas de un saber únicamente revelado a través de las mentiras y los encubrimientos.

(38).  De origen británico, Richard Francis Burton ya posee un largo historial como explorador y aventurero. Desempeñó también labores diplomáticas en Brasil, llegando a negociar con el Mariscal Solano un posible final de la Guerra Grande. Misión imposible ante la obsesión del paraguayo en acabar una empresa que arruinó su país. Burton llegó a visitar los frentes, asevera que mantuvo ciertos lazos de amistad con Elisa y López y publicó aquellas experiencias en 1870, bajo el título arriba indicado. Según dicen, hablaba el inglés unas treinta y cinco lenguas. Posee un amplio catálogo de libros, atribuyéndosele una versión del Kamasutra y numerosos apuntes pornográficos, estos últimos quemados tras su muerte por decisión de la esposa, que guaradaría inédito un trabajo de su marido: El jardín perfumado, antigua pieza oriental de contenido erótico. Muy valiosa es su traducción al español de Las mil y una noches, con abundantes notas eruditas.

(39). Leyendo a Burton, Félix le atribuye haber mantenido largos debates políticos junto a Solano, ajustando cuentas de las intrigas británicas en contra del Paraguay; los manejos de Brasil, Argentina y Uruguay para repartirse los territorios fronterizos que ganaran en la guerra; el problema de un sentimiento nacionalista extraño entre sus vecinos rioplatenses; y cómo trataron de zanjar los aliados viejas trifulcas guerreras, iniciadas en tiempos de la colonia o bajo el gobierno de Francia. Tampoco se olvida mencionar Burton un rasgo de soberbia en su interlocutor, quién habría de considerarlo un peligro a vencer, sin otra causa de orden mayor.

(40). El fiscal, op. cit., p. 266. Nacido en Buenos Aires, Cándido López dominaba técnicas de pintura, dibujo y fotografía cuando se alistó en las tropas de Mitre. Lo hirieron en batalla y tuvieron que amputarle su brazo derecho. Lisiado y en casa, documentó visualmente la tremenda hermosura del horror al pintar veintinueve cuadros —algunos aseveran que fueron cincuenta— sobre la Guerra Grande. Lo enterraron en el Panteón de los Guerreros de Buenos Aires.

(41). Ibidem, pp., 284-285 y 322. Roa establece una relación significativa entre la figura del crucificado que pintara Grünewald en su retablo y el Cristo sin catalogar del argentino Cándido López. Rompe así las coordenadas espacio-temporales avaladas por un realismo de viejo cuño a favor de una escritura lineal pulsada en la memoria.

(42). Según Félix, Burton dirá que las bromas de Solano, cuando el humor era bueno, se festejaban; el dolor de muelas que lo afligía en muchas ocasiones, obligándolo a beber hasta el sueño, era moneda corriente. Nunca perdió sus hábitos: “Se levantaba a la misma hora, se desayunaba con su taza de chocolate, fumaba un puro y luego las sesiones del estado mayor, en las que participaba el ministro de la Guerra, Caminos, y su hijo Pancho. Durante el día hacía muchas visitas de inspección cabalgando con los oficiales del séquito […]. En los ratos libres estaba con Madame Lynch y con sus hijos” (M. Cancogi; I. Boris, op. cit. p. 268).

(43). El fiscal, op. cit., p. 273.

(44). Ibidem, p. 275.

(45). Ibidem, p. 276.

(46). La extensa nómina de muertos incluye también a Benigno y Venancio, hermanos de López; a sus dos cuñados, Barrios y Bedoya. Perdonará Solano a su madre y hermanas, Juana Pabla,  Inocencia y Rafaela, encerrándolas en un carruaje hasta que, ya muerto, fueron liberadas por sus enemigos brasileños. Eso cuentan Félix Moral, según atestiguaría Burton.

(47). Otra vez Burton y Félix coinciden para legitimar en parte la herencia de Madama Lynch, documentada como verdadera leyenda en la ficción de Roa: “En la privacidad de la tienda del comandante en jefe el mariscal mandó redactar por el anciano vice-presidente Sánchez su testamento. En él legaba a Madama Lynh “para siempre jamás” cinco mil leguas de tierra. “En este espacio —hacía constar el documento—están incluidos los centenares de miles de hetáreas y yerbales, chacras y estancias de la patria, que no deben caer en manos extranjeras. Elisa Lynch le recordó que era extranjera. Solano le respondió vivaz y enamorado que con su lealtad y sacrificio había ganado el derecho y el honor de ser paraguaya. Firmó el testamento con fecha 29 de febrero y se lo entregó con un beso. Madama Lynch le devolvió el documento y le pidió que corrigiera la fecha. “No conviene hacer las cosas en un día que no existe…”, le dijo con suave disentimiento pero inflexible convicción. Solano corrigió la fecha, volvió a firmar rectificando la enmienda, y se lo entregó con marcial orgullo”(El fiscal, p. 289).

(48). El fiscal, op. cit., p. 192. Félix Moral descubre un parecido entre la reina de Saba, de Tintoretto y doña Elisa Lynch; también con unos dibujos que Burton realizó, intercalados en la edición príncipe de sus Cartas desde los campos de batalla del Paraguay: “Uno de ellos muestra la imagen ecuestre de Elisa con su famosa sombrilla posando para él, al borde de un acantilado boscoso” (El fiscal, p. 274); “[la estilizada viñete de su ex libris] muestra en filigrana el escorzo de una mujer que repite la imagen de Elisa Alicia Lynch […]. El cuerpo nebuloso, envuelto por su larga cabellera, termina en una cola de sirena y lleva al pie la siguiente leyenda: Ex nihilo nihil…” (El fiscal, p. 293).

(49). El fiscal, op. cit., pp. 296-297.

(50). De acuerdo a Joshua A. Fishman, Roa sitúa el bilingüismo en el plano expresivo de lo individual, y es un concepto que manejan los sicólogos; la diglosia, por la dimensión cultural y social del mismo entorno que la genera, es un término acuñado en los ámbitos de la sociología. En cualquier caso, Paraguay, en opinión de Roa, no es bilingüe, sino dilingüe, con sus variantes castellano-guaraní, guaraní-castellano y jopará.

(51). En Paraguay, la cultura letrada establece unas reglas de juego que, bajo el signo del poder, tienden a hipotecar sus obras de imaginación: “En un país donde la historia no es sino obnubilación en marcha, en una colectividad donde la historia ha ido despojando a sus pobladores de su lengua, de su cultura, de su cohesión, curiosamente es la historia la que marca para los lectores cultos, en el texto escrito, las pautas de verosimilitud y credibilidad, sus líneas de pertinencia, a la inversa de lo que sucede con los textos orales. No es sorprendente, pues, que la increíble proliferación de folletos con temas históricos hayan ocupado el lugar de la literatura de ficción y constituyan ellos el cartabón para juzgar ésta” (A.R.B., “Una cultura oral”, Anthropos. Suplementos. Antologías Temáticas, op. cit. pág. pg.104. El original se publicó en Suplemento Antropológico, Universidad Católica de Asunción, XXIII, 1, junio, 1988). Entrañar el problema compromete al escritor paraguayo en la medida que ha de asumir “los defectos y virtudes de la cultura mestiza, su homogeneidad y sus incoherencias; sus valores específicos pero también la patológica duplicidad de su naturaleza escindida; los desequilibrios de la comunicación desgarrada de la masa de los oprimidos y la violenta y altanera minoría de los opresores. […] Esto significa que la actividad creativa de los escritores, entendida como arte y como trabajo, debe partir de la realidad de su sociedad y de su historia a través de la incesante aventura del hombre en busca de de su identidad individual y social. (A.R.B.,“La narrativa paraguaya en el contexto de la literatura hispanoamericana actual”, Anthropos. Suplementos. Antologías Temáticas, op. cit. pág. 123. El original se publicó en Revista Paraguaya de Sociología, Asunción, nª 54, mayo-agosto, 1982).

(52). A.R.B. “Del buen uso de los mitos”, Anthropos. Suplementos. Antologías Temáticas, op. cit. pg. 79. El original se publicó en Acción, Asunción, IV, 12, octubre, 1971. Esa buena utilización del mito supone al escritor paraguayo entrañar toda su realidad en una lengua dominante “Para escribir fábulas en castellano hay que entrar antes en la fábula viva de lo oral, en ese mundo escindido y bifronte de la cultura biblingüe, hay que recoger, en suma, junto con la percepción auditiva, ese tejido de signos no sólo y no precisamente alfabéticos, sino sensoriales y hasta visuales que forman un texto imaginario” (“Una cultura oral”, op. cit. p. 110).

(53). Esa culturología caníbal privó también a los guaranís de sus mitos —había destruído y expropiado ya tierras, lenguas y culturas originales— “…extrayéndolos y aislándolos de su contexto sistemático, por una parte. Por otra hemos fabricado por nuestra cuenta falsos mitos; hemos mitificado y mixtificado la realidad a imagen de nuestros intereses y conveniencias culturales como quienes fabrican abalorios no con residuos del estallido de algún mito auténtico, sino con la simple yuxtaposición de elementos parásitos segregados por una imagen impura” (“Del buen uso de los mitos”, op. cit., p. 78).

(54). Muerto el dictador Francia, los paraguayos cambiarían el apelativo que lo identificaba: El Supremo habrá de nombrarse como El Finado.

(55). El compilador que utiliza Roa Bastos para escribir Yo el Supremo, declara que, a semejanza de biógrafos e historiadores, maneja diversas fuentes, contrasta su veracidad y persigue logros: Esta compilación ha sido entresacada –más honrado sería decir sonsacada—de unos veinte mil legajos, éditos e inéditos; de otros tantos volúmenes, folletos, periódicos, correspondencias y toda suerte de testimonios ocultados, consultados, espigados, espiados en bibliotecas y archivos privados y oficiales. Hay que agregar a esto las versiones recogidas en las fuentes de la tradición oral, y unas quince mil horas de entrevistas grabadas en magnetófono, agravadas de imprecisiones y confusiones […]. Ya habrá advertido el lector que, al revés de los textos usuales, éste ha sido leído primero y escrito después. En lugar de decir o escribir cosa nueva, no ha hecho sino copiar fielmente lo ya dicho y compuesto por otro. (“Nota final del compilador”, Yo el Supremo, p. 467). En Hijo de hombre, Miguel Vera establece con sus notas un método semejante, ajustándolo a sus intereses y recursos.

(56). Ezequiel Gaspar llevó una vida cumplida y murió como un patriarca en exilio. Dirigiéndose al nieto, esta última situación legitima sus apreciaciones: “El exilio es el mayor destructor de almas –me escribió en los primeros tiempos, para confortarme, mi abuelo Ezequiel Gaspar. Cualquier clase de exilio, aún de quien se va a la esquina a comprar cigarrillos y no vuelve más, como si él mismo se hubiera desvanecido en humo. Y el exilio político, aún el de los que no hacen política, como usted, es el peor de todos. (El fiscal, p. 15).

(57). Félix Moral describirá el motivo de aquella suspensión, que valora positivamente: “El tiranosauro se enteró del verdadero sesgo que estaba tomando el filme en transgresión del libreto autorizado —el mío—, escena por escena, y censurado en todo lo que iba en contra del “honor nacional”. El jefe de seguridad del campo de rodaje le relató la escena final entre Lynch y Pancha Garmendia. Dio orden de que las tropas de asalto acabaran con la “mascarada” del panfleto antihistórico y antiparaguayo. Bajo el fuego de morteros y y ametralladores el centenar de actrices, actores y técnicos y los cinco millares de “extras” que acampábamos en las serranías de Cerro-Corá, tuvimos que huir por la picada del Chirigüelo sembrada de cadáveres y cañones de utilería. Helicópteros de la Fuerza Hemisférica vinieron desde Sao Paulo a rescatar a las actrices y autores. Éstos contemplaron, divertidos, esta otra pequeña guerra, que no figuraba en el libreto, pero que parecía formar parte realmente de la Gran Guerra de hacía más de un siglo. El libreto de Bob Eyre no ahorró ningún detalle para que la epopeya sagrada de los paraguayos cayera en el absurdo y el grotesco más infames. Pero ese absurdo y ese grotesco llevados a su máxima exasperación, desde el punto de vista fílmico, eran geniales” (El fiscal, pp. 44-45).

(58).Cartas desde los campos de batalla del Paraguay no es la única obra de Richard F. Burton que aprecia Félix Moral, considerando al británico de la estirpe de Marco Polo y un clásico entre pares: “El libro de la espada o Anatomía de la melancolía son libros que perdurarán como los libros de Plinio, los de Joyce o los de Jorge Luis Borges, pese a sus distintos géneros, naturaleza y extensión, a las diferentes épocas en que fueron concebidos y escritos” (El fiscal, p. 264). Respecto a sus habilidades narrativas, entenderá el mismo Félix que no se agotan con el humor y la fantasía: “Burton era un hábil manipulador del subterfugio narrativo. Poseía el arte de la insinuación capciosa en la manera de decir que dice por la manera” (El fiscal, p. 279).

(59). Entiende Burton, según Félix Moral, que únicamente hay un mito de origen que se bifurca y que atraviesa en constante mutación y proliferación de narraciones las culturas de todos los pueblos y todas las edades. (El fiscal, p. 280).

(60). Yo el Supremo, op. cit., p. 297. Transcribiendo a Richard F. Burton, Félix Moral escribe sobre la memoria: “La memoria de un indivíduo o de un pueblo, en trance de muerte, recobra de golpe los recuerdos del pasado y del porvenir, aún de los más remotos y desconocidos acontecimientos, por ínfimos que sean: un personaje, una palabra o un sueño, la cara de la maldad, que es lo único que queda cuando todo lo demás se ha perdido”. (El fiscal, p. 280.