Utopía, frustración y fundación en la trilogía paraguaya de Augusto Roa Bastos

Alain Sicard

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♦ La frustración
♦ La culpa
♦ La frustración fundacional
♦ Conclusiones provisorias




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El cuadro que sigue y que me propongo comentar brevemente es una tentativa —probablemente cándida— para sintetizar y visualizar los resultados de la investigación que estoy tratando de llevar a cabo sobre la obra de Augusto Roa Bastos, y sobre la trilogía paraguaya en particular.



cuadro




Lo que se va a leer no es propiamente hablando un artículo: he dejado sin desarrollar los diferentes puntos abordados, ya que lo que me interesaba era sacar a relucir su relación dentro de lo que no me atrevo a llamar un sistema de lectura.

He distinguido tres áreas: inconsciente, ideología, escritura, pero con el deseo menos de separar que de sugerir vínculos. La proposición está estructurada en torno a dos ejes:

- uno vertical que marca una evolución de lo Uno a la ambigüedad pasando por la dualidad.

- otro, horizontal, que materializa la oposición dentro del universo roabastiano entre dos dinámicas: una involución utópica y una usurpación fundacional. Por “fundación” entiendo una perspectiva “evolutiva”, que pertenece al tiempo dinámico de la acción y de la creación y al ámbito de lo que suele llamar la “realidad”.

En la intersección de ambos ejes campea la frustración. Es preciso justificar la presencia de este concepto como clave del sistema.

La nación paraguaya, en la visión que Augusto Roa Bastos propone de ella, es una nación frustrada de su destino en el acto mismo de su fundación. Este concepto de frustración heredado de su identidad paraguaya, Roa lo ensancha, lo generaliza, lo extiende no sólo —más allá de su cultura nacional— a la historia colectiva de su tiempo sino a lo que llamaría la historia personal de la humanidad. Mi hipótesis de trabajo es que la frustración es el concepto que permite pensar, a través de la obra del escritor paraguayo, la conexión de los diferentes niveles de lo humano: el colectivo y el individual, el ideológico y el subliminal, el histórico y el inconsciente. Por supuesto, estoy hablando de una tentativa que su excesiva ambición —y mis escasas capacidades— condenan, como era de esperar, a la frustración.



La frustración


La frustración es frustración de lo Uno. Lo uno, en sus términos más generales, puede definirse como un antes de la pérdida: un antes de la separación en su modalidad biológica (separación del vientre de la madre), histórica (separación de la colectividad), cultural (separación del signo y de la cosa).

La frustración origina las dos dinámicas que antes mencionábamos:

- por una parte, una involución utópica hacia el origen que se caracteriza por una disolución dentro de la identidad colectiva.

- por otra parte, una voluntad de fundación marcada por la apropiación y la usurpación de lo colectivo por el individuo.

Exploraremos sucesivamente estas dos vertientes de la frustración.

Como dijimos, en la primera, la frustración genera una involución de índole utópica.

Inconsciente: en el nivel de lo inconsciente, se trata de una involución hacia el origen biológico bajo el signo de la madre. Su protagonista mítico es el nonato que da su título a un cuento de Moriencia. El personaje reaparece en El Fiscal —con una referencia explícita a Freud— y en Contravida. En El fiscal, es la temática del ombligo la que mejor ilustra el fantasma del retorno al origen.

Ideología: en el campo ideológico, se trata de la involución hacia la fuente de todo poder político: el pueblo-matriz, el pueblo-madre, lo que Roa llama en alguna parte la “matria (1) en oposición a su usurpación bajo los auspicios de la “patria” que encontraremos en la otra vertiente. El horizonte de esta involución es la utopia de un poder ejercido directamente por la colectividad (poder popular). Sus protagonistas son los héroes colectivos, totalmente volcados hacia la acción y dedicados al prójimo, y su Cristóbal Jara es su arquetipo. En el período posterior a Hijo de hombre, aquellos héroes colectivos o positivos van desapareciendo prácticamente del escenario roabastiano. En Yo el Supremo quedan reducidos a aquel protagonista ausente que habita el delirio del “Robespierre de las Américas” bajo la apelación de “persona-muchedumbre”. En El fiscal, el pueblo, colectivamente, ha dejado de ser actor excepto en el epílogo que ocupa las últimas páginas: Félix, al regresar en Asunción lo evoca en el modo amargo del “ubi sunt” (2).

Escritura: la utopía aquí tiene como referencias el mito y la oralidad. Una de sus representaciones es, en Yo el Supremo, el portaplumas-recuerdo capaz de producir el “tiempo hablado”. El concepto que resume esa utopía de una coincidencia entre lo visual y lo sonoro —equivale decir entre el signo y la cosa— es aquel “texto ausente  mencionado por Roa en varias de sus declaraciones. Se trata, como se sabe, de un texto colectivo, anterior a la escritura, sofocado por la cultura del amo colonizador, un texto ya inaccesible, pero que sigue rigiendo secretamente el discurso paraguayo.

El texto ausente de la cultura guaraní comparte con ese otro texto ausente que es el inconsciente el espacio del olvido. Al olvido pertenecen los mitos y las leyendas: el “fide-indigno” secretario del Supremo “carece del olvido suficiente para formar una leyenda (3). En Yo El Supremo, el mitema de la flor momia de amaranto (4) o el de la piedra bezoar (5) remiten a aquella memoria fosilizada y totalizadaque es el olvido.

En la otra vertiente (aquélla que hemos llamado fundación, dando al término el sentido amplio que hemos dicho) se observa una búsqueda de lo Uno de signo inverso al anterior, que era el de la pérdida. Aquí impera, como dijimos, la apropiación ilegítima, la sustitución, la usurpación.

Inconsciente: el Padre ocupa un puesto simétricamente opuesto al que la Madre ocupaba en la vertiente involutiva. El hijo sustituye al padre a través del parricidio (6). Corolario del tema del parricidio es el tema del autonacimiento: las tentativas del narrador de ser su propio genitor y de nacer desde un cráneo “de hombre principal” (7), su propio cráneo haciendo las veces del vientre materno en una situación  simétrica, de cierta manera, a la del nonato.

Al mismo conjunto pertenece toda una serie de mitos platónicos, célticos o guaranís que ilustran el hermafrodismo (8).

Ideología: en el campo  ideológico, la usurpación de lo Uno halla su ilustración:

- en la sustitución de la representación materna de lo colectivo por la imagen masculina de una “patria” desligada de su “matria” y degenerando en patrioterismo. En el mismo orden de ideas están las manipulaciones del patriotismo por la mitología del heroísmo nacional (el personaje de Solano López en El fiscal participa en esta mixtificación patriótica).

- en la confiscación de la voluntad colectiva por uno sólo: el poder absoluto y la dictadura, inaugurados por Francia cuyos émulos, llámense López o Stroessner, marcaron la historia paraguaya.
- en la pretensión de un individuo de juzgar al otro y de otorgarse un derecho justiciero que incumbe a la colectividad: los fiscales.

- tratándose de la pareja, entre las modalidades de la usurpación de lo uno citaremos el machismo, y el dogma de la fidelidad: sacralización de lo Uno, la fidelidad puede engendrar la alienación de la libertad del otro, como Jimena lo explica a Félix en El fiscal.

Escritura: la escritura es el lugar de la usurpación de la palabra colectiva. El texto ausente de la oralidad queda sustituido por la “palabra cadavérica” de texto escrito. La impostura del texto escrito halla su fundamento en la representación y en el realismo que es su justificación estética.

Por fin, el espacio natural de la palabra escrita es la memoria. La memoria consiste, como la escritura, en la apropiación individual de un bien colectivo acumulado en el olvido (9). “Lo que sucede es que tu maldita memoria recuerda las palabras y olvida lo que está detrás de ella” (10). La usurpación, y la sustitución generalizada que ella instaura, impone la dualidad como dimensión fundamental del hombre roabastiano y coloca su universo bajo el signo del doble. El doble es omnipresente en toda la obra roabastiana donde se presenta primero con el rostro de la culpabilidad. 



La culpa


Con la frustración, la culpa es el otro gran tema unificador de la trilogía. Es el más visible porque genera un auto-cuestionamiento que es el meollo de la narración —su motor incluso—, principalmente en Yo el Supremo y en El fiscal.

Inconsciente: ya he mostrado en otras ocasiones que la culpa edípica está presente en la obra de Roa Bastos desde la primera versión de Hijo de hombre. La traición de Miguel Vera echa sus raíces muy acá de la traición de sus compañeros en un momento de borrachera: empieza en el tren que lo lleva niño hacia Asunción cuando roba la leche al hijo de un encarcelado en el seno de su madre (11). El tema de las madrinas de guerra (más desarrollado en la segunda versión de la novela en una página donde se halla la referencia explícita a una “relación incestuosa”) y, en El fiscal, el de la prostitución patriótica de las madres lactantes durante la Guerra Grande deben ser  desde la misma perspectiva edípica. Es en este último libro donde la culpa incestuosa tiene su más explícita ilustración.

El suave rito onfálico practicado por Félix con Jimena no es, en efecto, sino la cara luminosa de la abominación contemplada a través del pez-úteroque, en su configuración, condensa la culpa incestuosa (12). El cristo crucificado de  Grünevald (13), cuya putrefacción (14) somete sus contempladores a una “succión magnética  que los absorbe hasta su centro, provoca en ellos  un horror de misma índole (15). Añadamos que la castración, castigo de la transgresión incestuosa —ya evocada de paso en Yo El Supremo a través del mito de la vagina dentada— también lo es en la peregrinación onfálica, en modo humorístico, a propósito de la escultura de Hércules y Onfalia (16).

Ideología: seré más breve sobre este aspecto por ser más evidente o más explícito. La culpa en su modalidad ideológica o histórica se puede definir —tanto en Miguel Vera como en el Supremo o en Félix Moral— como la traición de la voluntad del Común, para decirlo con palabras del Supremo, a través del poder absoluto o a través de la “justicia justa” como la nombra irónicamente Jimena.

Escritura: en el campo de la escritura, el sentimiento de culpabilidad  descansa a la vez en la traición del texto ausente —impostura— y la mala conciencia del escritor ante los verdaderos protagonistas —anónimos— de la historia. “Cuando se escribe no se obra”, constata en alguna parte El Supremo. Esta antinomia entre el escribir y el obrar es una idea recurrente bajo la pluma de Roa.

La culpa tiene como corolario el autocastigo (17). He distinguido dos modalidades principales. La primera —el rechazo— tiene que ver con el inconsciente; la segunda —la expiación— con la ideología.

Rechazo: en Yo El Supremo como en El fiscal parece legítimo completar la lectura ideológica considerando como metafórico del rechazo —en el sentido freudiano de la palabra— todo lo relacionado a la represión, desde las mazmorras del Supremo y el penal de Tevegó hasta la “represa” de Itaipú productora de aquella tiniebla luminosa (¿representación simbólica del inconsciente?).

El título de la novela El fiscal puede interpretarse, en la primera parte de la novela, a partir de la noción de rechazo. Antes de pretender serlo del tirano, Félix es fiscal de sí mismo (18).  Encarnación poliforme y anónima, en forma de doble, de esta función autopenitencial, es el encapuchado (19), mitema en el que se encarna la parte oscura, inconocible de Félix. Leda también —doble demoníaco de Jimena— puede ser considerada como un producto fantasmal del rechazo (20).

Con la expiación abordamos el importante tema de la redención, central en Hijo de hombre donde la épica histórico-social elige como vector, laicizándolo, el mito crístico. El tema no resiste a la extinción, a partir de los años sesenta, del héroe colectivo. No hay redención posible para la culpa del Supremo (uno no puede ser su propio redentor, por más que lo sueñe) ni para la de Félix, cuya empresa redentora no hace sino reproducir la propia frustración (Félix es la única víctima del atentado planeado, y el sutil juego del doble entre el justiciero y el ajusticiado convierte la redención en autocastigo (21)).

Descartada, a partir de Hijo de hombre, toda posibilidad de redimir la culpa, el hombre roabastiano se halla ante la necesidad de asumirla, superar la herencia judeo-cristiana de esa dualidad autocuestionante o autodestructora para integrar la pérdida en el proceso de “humanación” del hombre. Esto no va a significar colmar el vacío dejado por la frustración sino hacerlo productivo: hacer que la frustración se vuelva fundacional.



La frustración fundacional


Inconsciente: el edipo es el ejemplo mismo —otros dirán el modelo— de la frustración fundacional. El deseo incestuoso nacido de la frustración materna y el parricida que es su corolario abren el camino a la instauración —necesaria a  la vida del hombre en sociedad— de la Ley del padre. El edipo desempeña por lo tanto un papel esencial (J. Laplanche y J.B. Pontalis (22) dicen “fundador”), no sólo en la estructuración de la personalidad sino en la de la pareja. Asumida por el sujeto, la frustración materna cambia de signo y funda una nueva unidad en el consentimiento a la dualidad y en el respeto mutuo de la libertad del otro. Félix, en El fiscal, ilustra negativamente ese carácter fundacional del edipo. A pesar de su expedición redentora, no consigue salir del pozo —para emplear una imagen del libro— donde pudren sus verdades rechazadas. No logra librarse de la culpa, ni establecer con Jimena aquella relación con que él soñaba en su “nueva educación sentimental” (23). Seguirá contemplando en su amante a la propia madre (24), en vez de ver en ella la mujer madre de sus futuros hijos. Dentro de semejante perspectiva, no deja de ser sintomática la esterilidad de la cual Roa ha dotado a su personaje. En la lectura que proponemos, la imposibilidad de procrear (25) sería un modo simbólico de conservar con Jimena la relación infecunda de hijo a madre, de negar la frustración del seno materno y de mantener la utopía biológica de la fusión con la propia madre.

Ideología: Yo el Supremo noveliza la tragedia de una nación frustrada de su destino en el acto mismo de su fundación, y que, a su entrada en el mundo de la modernidad, se halla confrontada con “la nada diferida de una raza a quien el destino ha brindado el sufrimiento como diversión, la vida-no vivida como vida, la irrealidad como realidad” (26). A la vez condena del poder absoluto e ilustración y defensa de la política del Padre Fundador de la nación, Yo el Supremo ilustra magistralmente esa ambigüedad inherente a los orígenes de la nación paraguaya.

El fiscal no ostenta menos ambigüedad. Félix es al mismo tiempo aquel fiscal cuyo “acto justiciero” está demistificado por la lucidez de Jimena, y un mártir de la lucha contra el tirano. En cuanto a Solano López, su crucifixión por grotescamente paródica que sea, no deja de ser el símbolo de un triunfo “moral” sobre el invasor, por más que este triunfo haya sido “logrado al precio de innumerables derrotas, de terrores abominables, de un orgullo abominable, de un abominable holocausto” (27).

A estos personajes frutos de la ambigüedad el autor los califica de “antihéroes virtuosos”. Un personaje histórico, que a Roa fascina, los  resume: el Padre Fidel Maíz. La figura del Padre Maíz, opina Roa, quita todo sentido a la “división maniquea entre réprobos y elegidos, jueces y condenados”. El fiscal de sangre de la Guerra Grande asumió toda la negatividad acumulada por la frustración histórica para “recoger en sus manos ensangrentadas el soplo de vida que aún le quedaba a su pueblo moribundo… Pecó el blasfemo, se arrastró el apóstata hasta la más extrema degradación, para que la justicia de Dios, si existe de verdad, pudiera resplandecer en los justos” (28).

Escritura: empezaré evocando un factor que desempeñó en la génesis de la obra de Roa Bastos un papel comparable al que hemos dicho que desempeñaba el texto ausente: el exilio.

Roa Bastos, al mismo tiempo que veía en el exilio “el mayor destructor de almas”, reconocía en él a “su gran maestro”. Es insuficiente decir que Roa escribió casi toda su obra en el exilio: hizo de la frustración del exilio la dimensión fundadora de su escritura. El exilio habrá sido para él otro texto ausente, es decir el lugar de la pérdida, “el lugar que ha trasladado su lugar a otro lugar” (29) —frase que define con igual exactitud la escritura y el exilio—, el lugar de la irrealidad de los signos engendradora de la realidad de la escritura.
Si el olvido era el espacio de la escritura como utopía y de la memoria en cuanto usurpación, la desmemoria sería su espacio en cuanto frustración fundacional. “Olvida tu memoria”, insiste el Supremo Mentor en la lección de escritura que da a su secretario. Es preciso desmemoriarse —desescribir— para que crípticamente aflore el texto sumergido en el olvido. El portaplumas-recuerdo es el instrumento mítico de esa “desfloración de los signos”, de esa desmemoria rememorante por medio de la cual la frustración se vuelve productora de un texto palimpsesto que elige, entre otros, los caminos de la parodia, de la intertextualidad o de la compilación apócrifa.



Conclusiones provisorias


Más de treinta años separan la primera versión de Hijo de hombre de la última versión —la única que conocemos— de El fiscal. El camino recorrido es enorme desde el humanismo épico-social de los años sesenta hasta un humanismo que algunos calificarían de posmoderno, y que he preferido llamar de la ambigüedad.

La ambigüedad a la que me refiero nada tiene que ver con cualquier pusilanimidad ideológica que sea. Para decirlo con una frase, la ambigüedad es el modo roabastiano de vivir la frustración asumiendo plenamente la escisión utopía/fundación que estructura el ser roabastiano: asumir con lucidez la frustración de la utopía, su inevitable traición o degradación en la vertiente fundacional. Pero, al mismo tiempo, conservar a la involución utópica toda su carga de mito y de deseo para que cumpla su tarea imprescindible que es demistificar la usurpación y  cuestionar la legitimidad del poder.

Ahora entendemos mejor la importancia —extrañamente desproporcionada con respecto a la que tiene la revolución en las ficciones de Roa Bastos— que tiene en ellas la involución. Y también la mujer. Miremos una última vez el esquema: la utopía es femenina. Esto, tal vez nos debe incitar a mirar bajo otro ángulo el feminismo que el autor de Yo el Supremo ha venido ostentando en El fiscal, en Madama Sui, o en diversas declaraciones. Para Augusto Roa Bastos, la utopía es madre, y mujer la esperanza.






Notas


(1). “…la patria surgida de la matria, de la matriz en la que la mujer es la representación de la tierra-madre” (“El agujero en el texto”, conferencia inédita)

(2). “…Hay enemigos criminales de cuello y corbata, personajones de aparatosa presencia. No se ve a la gente común, a los trabajadores, a las mujeres vendedoras de frutas, de chipá, a los niños lustrabotas, a los rebeldes, a los mendigos que existían antes. ¿ Dónde están los fogosos líderes políticos, sociales, sindicales, las combativas mujeres de otro tiempo? ¿Dónde la humanidad joven, de ambos sexos, con menos de quince años, esa edad que marca la frontera entre lo viejo que debe morir y lo nuevo que debe existir, crecer y vivir? ¿Dónde está eso que llamamos pueblo, atado desde hace más de un siglo a voluntaria servidumbre?” (El fiscal, Madrid, Alfaguara, 1993, p.237). Ese último epíteto es terrible: a pesar de haber sido reescrita después de la restauración de la democracia, El fiscal conserva huellas del pesimismo de la primera versión.

(3). A. Roa Bastos, Yo el Supremo, edición de Milagros Ezquerro, Madrid, Cátedra, 1983, p. 111.

(4). Ibidem, p. 153.

(5). Ibidem, p. 99.

(6). En Yo el Supremo, existe un pasaje que es como una parábola (la palabra está en el texto) del parricidio y de la sustitución de papeles. Me refiero a la muerte del tigre durante el viaje que el futuro dictador hace con su padre putativo (op.cit., p. 43). El texto-matriz del parricidio es “Lucha hasta el alba”. El cuento ha sido magníficamente analizado por M. Ezquerro en su artículo “El cuento último-primero de Augusto Roa Bastos”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana n° 19, Lima, 1984.

(7). Yo el Supremo, op. cit., pp. 271-276.

(8). En Yo el Supremo (la conversación con los hermanos Robertson, op.cit., pp. 247-251), pero también en El fiscal cuando el narrador alude al poema de Bonaventure Desperriers (“el bello andrógino humano, partido por la mitad: un Entero demasiado feliz, convertido en dos Medios Cuerpos, demasiado lánguidos, paradigma hoy día de nuestros hombres y muchachos epicenos, oficiantes de la nueva religión gay” (El fiscal, op.cit., p. 139). Sería la ocasión de abordar el tema complejo de la homosexualidad en la obra de Roa Bastos. Es interesante ver cómo, en la conferencia inédita ya mencionada, establece claramente la relación entre lo que es fundamentalmente para él una anomalía sexual y la aberración del poder personal: “La integridad territorial, la patria surgida de la matria, de la matriz en que la mujer es la representación de la tierra-madre, son preservados por el Supremo Dictador al precio de violarla, de subsumir la en sí mismo, violando al mismo tiempo la identidad del cuerpo social con el cual de identifica al precio de sustituirlo, y de convertirse, él mismo en su representación suprema. El Supremo Francia, el sujeto histórico, es aquí, nuevamente, el sujeto andrógino, ambiguo, epiceno, mezcla de varón y de mujer, el único que ha podido someter la negatividad social y ponerla a su servicio”. En la misma conferencia Roa esboza un cuadro bastante apocalíptico de la situación actual del mundo, cuadro en el que el sexo ocupa un puesto importante. El paraguayo produce entonces unos análisis que, sacados de su contexto, podrían ser tachados de reaccionarios tal es la incomprensión que manifiestan de la homosexualidad: “La trivialización del sexo en pulsión mortuoria, excremental, no procreadora (hombre y mujer fundidos en un ser epiceno) forma parte de esa negatividad irracional, negadora del hijo, pero al mismo tiempo negadora del padre y de la madre: un proceso de deshumanización generalizada en sus grados más extremos y que no tiene, por cierto, la justificación de la diferencia en la legitimidad de lo existencial, y menos aún en la trascendencia de lo ontológico”. El propio Roa es consciente del peligro de “dogmatismo legitimista” que acarrean tales ideas, y propone finalmente que veamos en “este sujeto ambiguo, andrógino, anfibológico, epiceno, mutante, un signo de la fatalidad de nuestra época que busca por todos los medios artificiales y naturales escapar del agobio de la superpoblación”. Más lejos habla de una “eutanasia preventiva” que sería otro elemento “etnocida” que vendría sumirse a las políticas de los estados. Con una excepción notable: el caso de Clovis en El fiscal, en la trilogía, la homosexualidad, del mismo modo que la geminidad, aparece como marcada por un signo negativo. Nuestra hipótesis —que exigiría más amplia reflexión— es que, para Roa, el poder absoluto y la homosexualidad —cuyo horizonte común es la esterilidad— son versiones aberrantes, quitándole a la palabra su connotación moralizante, de lo Uno.

(9). Complementario del tema del tema del olvido es, en Yo El Supremo, el azar. Existe el azar sólo porque existe el olvido” (Yo el Supremo, op.cit. p. 206). La fuerza del poder consiste en “cazar el azar; re-tenerlo, atraparlo; descubrir sus leyes, es decir las leyes del olvido”.

(10). Yo el Supremo, op.cit., p. 190.

(11).   Este episodio ha llamado la atención de algunos críticos, pero sin suscitar en ellos el deseo de ahondarlo y seguir sus implicaciones en las otras partes del texto. Aumenta su interés el que se trata de una de las poquísimas referencias autobiográficas que hace en su libro el autor particularmente avaro de confidencias de este tipo. Sabemos por una entrevista periodística que Augusto Roa Bastos, como el protagonista-narrador de Hijo de hombre, experimentó una de sus primeras sensaciones eróticas a los ocho años, mamando, durante un viaje por ferrocarril, el pecho de la mujer que lo custodiaba acompañada de su criatura. En la novela, Miguel superpone incestuosamente, “como si estuviera haciendo algo malo”, las imágenes de Damiana Dávalos —la madre sustituta— y de Lágrima González. La escena tiene su prolongación, al llegar en Sapukaï, en el simbólico cráter dejado por la explosión del convoy revolucionario en la sublevación frustrada de 1912 y, años más tarde, en las alucinaciones de Miguel en el desierto del Chaco (esta alucinación erótica que invierte la situación del parto y escenifica el regreso intrauterino es una escena recurrente en la obra de Roa. Se encuentra de nuevo en el cuento“ Borrador de un informe”, pero más sorprendente es encontrarla en Yo El Supremo en la “noveleta” de la Bella Andaluza).

(12). “…en el vientre de las peludas arañas observé dos botones como los de una protuberancia umbilical unida a una hendidura muy semejante a un orificio vulvar, unido a su vez al ano de los arácnidos situado entre las ocho larguísimas patas” (El fiscal, op.cit., p. 85).

(13). El fiscal, op.cit., p. 87.

(14). Que hallará su prolongación en la corrupta Asunción de Stroessner en la segunda parte de la novela.

(15). Además contribuye a enlazar la temática edípica con la ideológica a través de la referencia al cristo de Cerro-Corá.

(16). “Reparé en la falta del dedo que le arrancó el león en la lucha. Señalé con algún disimulo el empequeñecido falo de Hércules, oculto por un pliegue de la clámide; luego la clava de Hércules en las manos de Onfalia…” (El fiscal, op.cit., p. 80).

(17). El autocastigo es común a las tres novelas. En Hijo de hombre, está ligado al tema de la autoherida, sintomáticamente desarrollado, en la segunda versión de la novela, a partir del personaje de Miguel Vera (Hijo de hombre, Alfaguara, Madrid, 1985, p. 271). El posible suicidio de éste podría ser interpretado como una culminación del autocastigo.

(18). El rechazo de la culpa está en el origen de esa infección de su alma que Félix comprueba de modo recurrente. Nietzsche, en La genealogía de la moral, denunciacon términos que recuerdan los empleados por Roa: “..esa tendencia a torturarse a sí mismo, esa crueldad de animal-hombre interiorizado […] esa voluntad del hombre de hallarse culpable y réprobo hasta hacer posible la expiación, su voluntad para concebirse como castigado sin que jamás el castigo pueda corresponder a la culpa, su voluntad de infeccionar y envenenar el sentido más profundo de las cosas por el problema de la culpa”.

(19). Ya he explicado en otra ocasión cómo la tortura —tema que en la primera versión de la novela parece que estaba mucho más desarrollado— podía leerse, en segunda lectura, como una de esas escenificaciones.

(20). A este propósito, no carece de interés la comparación entre Leda y aquel personaje episódico de Yo El Supremo, la Bella Andaluza. Más precisamente, entre la visita clandestina de la Bella Andaluza en Yo El Supremo y la visita no menos clandestina de Leda en El fiscal. En ambos pasajes el manejo del doble (la Andaluza es doble del Supremo y Leda doble de Jimena) permite escenificar el rechazo de la tentación “ominosa” encarnada en la mujer demonio, lasciva y tentadora. Y en ambos casos, la censura de la culpa incestuosa tiene como envés —también gracias al juego del doble— una idealización desencarnada de la mujer, llámese la Estrella del Norte o Jimena. Quiero sugerir con esta comparación que sería un error ignorar en Yo El Supremo la dimensión inconsciente de la culpa. El autocastigo —al servicio del cual casi se podría decir que todo el sistema del doble se encuentra— cumple también una función de rechazo inconsciente de la culpa que merecería ser descifrada a la luz del parricidio, tema recurrente en el libro.

(21). La evolución del tema de la crucifixión de un extremo al otro de la trilogía refleja ese abandono de la perspectiva heroico-redentora. Es interesante constatar que, propiamente hablando, el tema no desaparece, a pesar de lo que podemos saber de las vacilaciones del autor al respecto; hasta lo considera un “tema de costurera de pueblo” en una entrevista de 1990 (“Acordar la palabra con el sonido del pensamiento: lo más difícil del mundo”, texto transcrito por Paco Tovar a partir de la charla mantenida con el escritor el 19 de marzo de 1990. A. Roa Bastos, Premio Miguel de Cervantes, col. Ámbitos Literarios, Premio Cervantes, Antropos, Barcelona, 1990). Reaparece, en El fiscal en forma paródica. Sin embargo, hay que cuidarse de toda simplificación: la “crucifixión” de Solano López es ambigua: por más grotesca y desacralizada que resulte, sigue funcionando –dentro del libreto escrito por Félix- con toda la eficacia de un mito en el que se cifra el sacrificio del pueblo paraguayo. Por eso, ante su propia creación ficticia, Félix experimenta  un arrebato irresistible que no deja de recordar al Don Quijote del Retablo de las Maravillas: “Todos mis prejuicios y viejos anatemas contra López y la Lynch, contra el patriotismo cimarrón de escarapela y machete, se borraron como bajo un soplo demasiado fuerte. Sólo quedaron en mí el horror y el furor. Arrojé la pluma contra la pared y me lancé con los últimos soldados a  defender a ese Titán ya muerto, suprema encarnación de la raza”.

(22). J. Laplanche / J.-B. Pontalis, Vocabulaire de la psychanalyse, Paris, PUF, 1967, pp. 83.

(23). La “nueva educación sentimental” escrita por el exiliado propone la siguiente definición de la pareja: “un par de solos en la unidad de dos en compañía”. Tiendo a pensar que, aunque corresponde probablemente a la opinión del escritor al respecto, no constituye sino la parte visible de un iceberg del cual la carta de Leda es la parte hundida. No olvidemos que esta fórmula, elaborada por un profesor para una publicación universitaria, pertenece al campo —sospechoso para el autor de El fiscal— de la ideología. A nuestro parecer, uno se acerca más a la verdad del autor siguiéndole a través del laberinto que teje en torno a Clovis, ese príncipe de la ambigüedad. Totalmente exento de la culpabilidad mórbida que envenena a Félix, ese “Don Juan posmoderno “ni Dios ni diablo” enuncia acerca de la unicidad y de la fidelidad que fundan la pareja una teoría divertida del “amor en rotación y a distancia” que, bien mirada, no contradice sino que propone una lectura demistificada de “un par de solos en la unidad de dos en compañía”.

(24). Insiste en reconocerle a Jimena —a pesar de sus recriminaciones— una “superioridad biológica” e incluso un “don de profecía” por el hecho de poder parir hijos. El texto abunda en confesiones apenas disfrazadas: “Suele entrarme a veces la congoja de que, más que el amante de Jimena, su compañero, su amigo en la amistad profunda del amor, no soy sino el hijo adoptado por ella. Lo sé, lo siento en mí; no se lo diría jamás a ella…” (El fiscal, op.cit., p. 61). Cuando Félix repite a Jimena que él le debe la vida, es preciso tomar la frase al pie de la letra.

(25). Se objetará que es una consecuencia de las torturas infligidas por el verdugo. Pero ya hemos mencionado cómo la tortura, por el juego del doble, se inscribe dentro de la temática del autocastigo. De todos modos, el propio Félix, anula esa objeción eventual: “Guardémonos de lamentar el hecho ya hecho. Nadie es su padre ni su madre. Tengo mala semilla. Y aunque la hubiera tenido buena, no hubiera querido tener ese hijo y él no hubiera querido que yo fuese su padre”. Prueba de que la imposibilidad de procrear es, fundamentalmente, un rechazo de la procreación.

(26). Ibíd. p. 404.

(27). El fiscal, op.cit., p. 31.

(28). El fiscal, op.cit., p. 297.

(29). Yo el Supremo, op. cit., p.