La memoria del cisne:
confesión del yo nerudiano


César Díaz -Cid
School of Languages - Unitec, New Zealand


____________________________  




Volver al índice



Volver arriba

A partir de mediados del siglo XIX la historiografía constituyó para Chile el sello distintivo de su quehacer intelectual, peculiaridad que lo singularizó hasta bien entrado el siglo XX. Un estrecho nexo entre esta tradición historiográfica y el ejercicio memorialístico aparece desde temprano dado que durante la etapa fundacional de la república figuras esclarecidas ejercitaron un rol decisivo, cuando no en una, en ambas modalidades discursivas, llegando a ser los libros de memorias el espacio más acreditado para litigar con el relato histórico[1]. Esta vieja relación era bien conocida por Pablo Neruda[2]. De allí que al redactar sus memorias ha de haber examinado las posibilidades evocativas que la tradición le ofrecía. Es por ello que la programación de éstas es clave para comprender el entramado que el “yo” adoptará tanto en relación con la práctica memorialística precedente, como también para entender el lugar buscado por la voz evocadora en su careo con la alteridad. Observar cómo se plantea dicha programación en Confieso que he vivido es el objeto de estas notas[3].

Examino aquí el texto preliminar como también algunos episodios de la primera parte que me parecen pertinentes para señalar las implicancias ontológicas que este singular sujeto desencadena en el entramado textual de sus memorias. Por esta razón, cito aquí íntegramente los breves segmentos que a manera de prólogo, anteceden la colección de evocaciones que constituyen el cuerpo de las memorias de Neruda.[4]

En el primer párrafo de este texto inaugural se lee:

 

Estas memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos porque así precisamente es la vida. La intermitencia del sueño nos permite sostener los días del trabajo. Muchos de mis recuerdos se han desdibujado al evocarlos, han devenido en polvo como un cristal irremediablemente herido. (Confieso, 9)

 

Tenemos de partida una aclaración que va a ser materia de discordia en cuanto a la función que cumple en Confieso que he vivido eso que el sujeto señala como el carácter “olvidadizo” de los recuerdos. Este aspecto va a ser fundamental para comprender la manera como Neruda concibe sus memorias. De entrada se sostiene que “escribir” es el ejercicio donde se “desdibuja” el recuerdo al evocarlo. La clave consiste aquí en descifrar lo que Neruda entiende por “evocar”. Sería importante establecer si acaso la acepción que maneja Neruda es la que apunta el diccionario donde ‘evocar’ es “traer una cosa a la memoria, o a la imaginación”. Así entendido ‘memoria’ e ‘imaginación’ comprenden parte de un mismo paradigma semántico[5]. Aceptada esta coincidencia, “imaginación” operaría en Confieso que he vivido como sinónimo de “recordar”. A esto se debe agregar las reminiscencias de Neruda entran en conflicto con otro elemento que al poeta le parece importante también: la “intermitencia”. Esto significa que el “yo” advierte que se debe aceptar que hay recuerdos que no serán incluidos[6].

Esta licencia se ratifica en el segundo párrafo que sigue de la siguiente manera:

 

Las memorias del memorialista no son las memorias del poeta. Aquél vivió tal vez menos, pero fotografió mucho más y nos recrea con la pulcritud de los detalles. Este nos entrega una galería de fantasmas sacudidos por el fuego y la sombra de su época.
Tal vez no viví en mí mismo; tal vez viví la vida de los otros. (9)

 

El pasaje arriba citado es uno de los más significativos de la programación de Confieso que he vivido, porque es aquí donde Neruda explica la dirección por la que va a encaminar sus memorias, y es precisamente aquí donde aclara el lugar desde donde articula su “yo”, tanto con relación al memorialista canónico, como en correspondencia con la otredad. Lo que él señala como el “detalle” del memorialista tradicional quedará excluido según se advierte para optar por “una galería de fantasmas”. Curioso aviso por parte de Neruda (curioso en cuanto a tratar algo con diligencia), puesto que al acudir a “fantasma” activa el sentido de “visión quimérica, como la que ofrecen los sueños o la imaginación”. Refuerza así la idea del primer párrafo donde, como ya se ha señalado, ‘imaginación’ va de la mano con ‘recuerdo’. Sin embargo, no se ha formulado la interrogante de por qué aquella soldadura.

En el tercer y último párrafo declara:

 

De cuanto he dejado escrito en estas páginas se desprenderán siempre —como en las arboledas del otoño y como en el tiempo de las viñas— las hojas amarillas que van a morir y las uvas que revivirán en el olvido sagrado.
Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta. (9)

 

La caducidad del recuerdo es un aspecto que Neruda adelanta como destino incluso de su propio acto evocativo. Las “hojas amarillas que van a morir” puede ser que señalen la materialidad del objeto que contiene sus evocaciones, pero también podrían significar la expiración de los seres que conforman la “galería de fantasmas” antes mencionada. El oscuro significado de “las uvas que revivirán” quizás se refieran a escritos memorialísticos posteriores si se considera que el mismo acto de Neruda actúa como catalizador de escritos precedentes al conectarse con una tradición. En suma, el acto de enunciación en Neruda advierte una incomodidad que sólo el futuro, cuando los acontecimientos que narra, incluido su propio ejercicio evocativo, sean ya para otros un acontecimiento remoto, un asunto del pasado.

En las primeras páginas de Confieso que he vivido se evoca los años de juventud. Aquí, el “yo” se compara con los “otros” empleando, por ejemplo, un especial tratamiento en el diseño de los “retratos” que va estableciendo de sus amigos poetas. Más tarde, al repasar la edad madura, cuando la popularidad del autor desborda los límites del mundo artístico, el “yo” busca la otredad mediante el empalme con multiplicidad de figuras del ámbito cultural y político. A través de un juego de inclusiones y exclusiones, la presencia reiterada de este rasgo, tan propio de los relatos autobiográficos, aporta en Confieso que he vivido elementos innovadores dentro de la modalidad. Uno de los principales es el anhelo por apartarse del carácter monolítico, siempre único y central que predomina en la autobiografía canónica. Quizás por esa razón, en su intento de fuga, el “yo” de las memorias de Neruda no detallará una sola vida, sino muchas vidas: “las vidas del poeta”. El “yo” hace gala de su conocimiento de la tradición autobiográfica, no siempre de manera explícita, pero del que presume a través de citas, alusiones y juegos textuales, que pasan de la evocación a otras autobiografías que son, cuando no citadas de manera directa, insinuadas mediante la paráfrasis, la apostilla y figuras que demuestran un dominio bastante experimentado en el arte de hacer memoria.

Neruda esperaba llevar a cabo un proyecto autobiográfico cuyo sujeto descollara con una condición proteica tal que le permitiera revelar un “yo” diferente para cada particular“tú” con el que se iba a carear. Eso podría también explicar hacia dónde se encamina cuando indica que sus memorias no son el recuento de una sola vida, sino el de muchas vidas: “las vidas del poeta”. Este ejercicio tiene el afán de consolidar un sello inconfundible para este “yo” señalado por ese curioso carácter “plural” de dicha subjetividad[7].

Ayudado por lo que designa como “una galería de fantasmas”, Neruda emprende su aventura autobiográfica. Aquí para dramatizar este elemento, apunta que “tal vez no viví en mí mismo; tal vez viví la vida de los otros” (Confieso 11).

Cuando Neruda aclara que sus “memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos”[8], acude a un principio aristotélico donde se establece una separación entre el lugar que le corresponde a la poesía respecto del que ocupa la historia. Esta complicación, ya había sido advertida en su momento por José Victorino Lastarria, lo que motivó al publicista del siglo XIX a optar por el carácter histórico que la modalidad autobiográfica ofrece. Lastarria buscaba así apartar de sus Recuerdos literarios todo aspecto personal, todo rasgo intimista. Neruda por su parte, se encamina por una vía totalmente opuesta a la que ambicionaba Lastarria e indaga en otras formas de representación de la subjetividad[9]. La experiencia en el cultivo de la prosa vanguardista le permitirá a Neruda, evadir, por ejemplo, el ordenamiento cronológico lo que le ayuda a sacudirse de las trabas del relato racional y coherente que rige en las evocaciones de vidas de las autobiografías canónicas. De esta forma el “yo” de las confesiones nerudianas establece un “pacto” con el lector que consiste en vincular el estilo de sus memorias con la de su oficio como poeta[10]. Este “yo” apela a la subjetividad poética más que al afán objetivo que la narrativa histórica reconoce y aprovecha generalmente como “archivos” en los textos autobiográficos. Sin embargo, sugiero que esta advertencia por parte del Neruda adolece de precisión, porque cuando el “yo” de Confieso emplea la expresión “poeta” no lo hace en un sentido general, a la manera aristotélica, sino más bien arranca desde el sentido contemporáneo que se tiene de “poeta”, un sentido restringido y arbitrario con que el siglo XX identificaba al escritor de poesía. En otras palabras, Neruda avisa que escribirá sus memorias acorde al estilo con el que particularmente se lo identifica a él, como escritor de poesía y además apoyado en los fundamentos ideológicos que el lector ya reconoce en su obra precedente. De ahí el énfasis al observar que su vida es una vida hecha de todas las vidas: “las vidas del poeta”. Quiere escapar, en suma, de toda virtual sospecha que lo vincule a modelos preestablecidos en lo que se refiere a escritura autobiográfica que lo obliguen a cumplir una agenda acorde a un orden cronológico rígido. Para ello se parapeta desde una trinchera cuyo principio de verdad es relativo, una “verdad” que va a depender de la fragilidad de “su” singular memoria[11]. Visto desde otra perspectiva, apoyado por la metáfora “las vidas del poeta”, podemos encontrar un mensaje cifrado para aquellos lectores que van en busca de las “confesiones” sentimentales del escritor. Con respecto a este punto se hace necesario considerar el amplio conocimiento que Neruda tiene de la tradición literaria nacional. Así es posible conectar estas “vidas del poeta” con la obra de teatro de Carlos Bello que bajo el título Los amores del poeta, fuera muy popular a mediados del siglo XIX[12]. En este drama, el protagonista es un joven poeta y cuyo conflicto llega a buen término cuando finalmente le es posible concretar sus amores con una joven viuda. En los primeros capítulos de sus memorias, Neruda revela antecedentes sobre sus amores de infancia y juventud entregando escuetos detalles sobre estos primeros romances. No ocurre lo mismo más adelante cuando alude a su ruptura con su segunda mujer, Delia del Carril. Este recato se manifiesta por la ausencia casi total de un lenguaje poético lo que es muy peculiar en esta zona específica de sus memorias. La prosa aquí es ordenada, racional y hasta podríamos decir que excesivamente lacónica. El “yo” no quiere entregar demasiados detalles. Es en esta zona de las memorias donde el concepto de ‘confesión’ parece fracasar o de plano buscar otras fronteras. Al leer estos pasajes de las memorias de Neruda es inevitable establecer la relación entre el término “confesión” y el hecho de relatar experiencias íntimas, lo que hace pensar ineludiblemente en los modelos canónicos confesionales legados tanto por San Agustín, como por Rousseau, pero en Neruda no se busca un fin didáctico ni moralizante. Así, “las vidas del poeta” resulta la metáfora para explorar en el espacio autobiográfico la posibilidad de una pluralidad subjetiva en el ámbito sentimental. No se postula aquí un “yo” único, más bien se intenta indagar a través múltiples posibilidades de alteridad, la manera en que el “yo” resulta modificado por ese contacto con lo otro. Con todo, en este ejercicio se observan contradicciones pues, de todas maneras, el “yo” nerudiano busca redimirse del estigma de la infidelidad, y aunque intenta demostrar que el “sujeto” que redacta estas confesiones no es ya el mismo “yo” que amó a Josie Bliss, en Oriente, ni aquél que se desposó con María Antonieta Agenaar; ni tampoco es ya ese Pablo Neruda que más tarde compartió con Delia del Carril. De todas maneras hay en este “yo” que recuerda una búsqueda final de redención, que lo equipara al decimonónico personaje de Carlos Bello en Los amores del poeta, quien termina finalmente junto a la única y definitiva amada —¿sólo coincidencia nominal?— llamada curiosamente Matilde, como en el caso de Neruda cuyo amor definitivo, en Confieso, resultará ser su última esposa: Matilde Urrutia.

La búsqueda de pluralidad que se lee en “las vidas del poeta” inevitablemente nos conducen de vuelta a San Agustín, porque es a través de esta opción por la pluralidad buscada por este sujeto confesor que se elude la posibilidad de una verdad única y por el contrario se pondera el carácter frágil de la memoria. Se excluye así la concepción de una verdad única y objetiva. Por esta razón, el poeta deja constancia que tal vez no vivió en sí mismo, sino que posiblemente vivió la vida de los otros. En las Confesiones, San Agustín establece diversos alcances sobre la facultad de la memoria. De entre las varias maneras en que ésta se manifiesta, admite la existencia de una memoria afectiva, la que consiste en recordar haber sido feliz o infeliz. Esta manera de concebir la memoria, en gran medida, coincide con el proyecto que se propone seguir Neruda y que ayudaría además a explicar la compleja operación de inclusiones y exclusiones de acontecimientos por él vividos. Muchos de ellos mencionados tangencialmente pero que parecen no formar parte del catastro de recuerdos perfilados en Confieso. Neruda también elude el discurso histórico para hablar del pasado porque ello le significaría indagar en otras categorías de la memoria que seguramente no convienen a su proyecto, porque esto lo llevaría hacia lo que San Agustín reconoce como la memoria basada en la articulación del recuerdo que de un conocimiento se tiene y no de una vivencia personal que es precisamente el camino contrario al que busca llegar el poeta. Por el contrario, es el historiador quien opera bajo categorías de conocimiento que no necesariamente se relacionan con experiencias vitales que es precisamente lo que el Neruda subraya como ajeno a su proyecto en el primer párrafo del prólogo antes citado. En cuanto a las diversas maneras en que para San Agustín opera la memoria, en el libro X de las Confesiones, dice que al intentar recordar experiencias pasadas

 

si estas cosas de vez en cuando las dejo de recordar, vuelven a sumergirse y como sepultarse en los escondrijos más ocultos, de tal forma que es necesario volver a imaginarlas otra vez como si fueran nuevas en este mismo sitio de la memoria —pues no tienen otro—. Y hay que recogerlas de nuevo para volver a conocerlas[13]. (Confesiones 248)

 

San Agustín valora aquella memoria que le permite identificar las cosas que ha vivido o que ha creído experimentar. Al apoyarse en sus propias experiencias, y al compararlas con las pasadas, deduce de ellas actuaciones futuras, acontecimientos y esperanzas. “Y todas estas cosas puedo meditarlas de nuevo como si estuvieran presentes” (245) Cuestión que ayuda a comprender el entramado del último párrafo del “prologo” de Confieso.

La idea de vivir en las vidas del “otro”, pudiera ser vista también desde la perspectiva de la conocida afirmación de Rimbaud “yo soy un otro”. Pero además coincide con el concepto ya mencionado de la autodefinición del sujeto que, para referirse a sí mismo, acude a la alteridad[14]. Al mismo tiempo, ese “tal vez” que antecede a “no viví en mismo” representa la relatividad a la que somete la existencia de una verdad exclusiva. En este sentido, las memorias de Neruda, asumen la problemática tan propia del siglo XX, en donde las verdades únicas y absolutas son puestas en tela de juicio, tanto por los movimientos estéticos, como por la reflexión filosófica. Así, el punto de vista de las “confesiones”, al estilo de un San Agustín o de un Rousseau, sufre un doble juego de inclusión/exclusión, al no ser ni aceptadas ni rechazadas tajantemente. Con todo, la palabra “confesión” en el título de las memorias de Neruda, es siempre un sugerente mensaje para el lector.


Notas



[1] La relación entre historia y autobiografía en Chile, así como el entramado epistemológico que este cruce discursivo genera lo trato en Sujeto y Nación en la configuración de la literatura autobiográfica chilena. Estudio concentrado en conceptos tales como nación, género literario y sexual en la literatura autobiográfica de los siglos XIX y XX en Chile. Se analiza aquí además los nexos genéricos con la tradición europea y las repercusiones de esta forma de escritura en la Modernidad. Tesis doctoral, University of Washington (Seattle), Julio 1996.

[2] A pesar de que Pablo Neruda cultivó una imagen de sí como anti intelectual, ésta se desmiente no sólo en su misma poesía, sino además en su prosa. Jorge Edwards trata el tema del anti intelectualismo nerudiano matizándolo con agudas anécdotas, ver en Adiós Poeta..., Barcelona, Turquets, 1990.

[3] Todas las citas son tomadas de la edición de Confieso que he vivido. Memorias. Planeta, Barcelona, 1989.

[4] Esta primera página puede ser considerada como el prólogo de las memorias de Neruda. De inmediato conviene advertir la presencia de ciertos recursos retóricos tradicionales como captatio benevolientae y admiratio, que, como se sabe, desempeñan una función fundamental en la programación de un texto de esta índole. Estas estrategias de preliminares han sido estudiadas en detalle por Alberto Porqueras Mayo en El prólogo como género literario, Madrid, CSIC, 1957.

[5] Esta transgresión entre un recuerdo vivido y la evocación de experiencias imaginadas es parte de la tradición autobiográfica latinoamericana. En los textos autobiográficos de Domingo Faustino Sarmiento, por citar un caso representativo, el recuerdo y la imaginación, son conceptos que van de la mano fundiéndose en uno solo en muchas ocasiones. De esta ambigüedad entre recordar e imaginar, acuñada desde temprano en la tradición de la literatura autobiográfica latinoamericana, se vale Neruda al momento de justificar su peculiar manera de hacer memoria.

[6] El problema ontológico de pensarse a sí mismo en relación a la lectura, o a la imaginación, fue parte de las preocupaciones de Sarmiento durante el siglo XIX. Ver en Sylvia Molloy en Acto de presencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1996 (título original: At face value: autobiographical writing in Spanish America. Cambridge, Cambridge University Press, 1991) p. 47.

[7] Al analizar la función de las lecturas de Sarmiento, Sylvia Molloy ve en él un afán de existir a través del otro, lo que indica que la búsqueda de la alteridad como vía de confirmación ontológica es parte de la tradición memorialística latinoamericana por lo tanto no es invención de Neruda. (Molloy: Acto de presencia, 47)

[8] Importantes son los alcances que Fernando Alegría observa en los “olvidos” como tópico en la literatura autobiográfica hispanoamericana, en especial con relación a la Autobiografía de Rubén Darío y las memorias de Pablo Neruda. Ver en F. Alegría, “Confieso que he vivido: Aciertos y fallas de la memoria”, en Donald W. Bleznick y Juan O. Valencia (Editores), Homenaje a Luis Leal. Estudios sobre Literatura Hispanoamericana, Madrid, Ínsula, 1978. pp. 103-113. Este tema lo retoma y reformula F. Alegría en “Memoria creadora y autobiografía en Latinoamérica: Darío y Neruda” en A. Lara Pozuelo La autobiografía en lengua española en el siglo Veinte, Lausanne (Suiza), Hispánica Elvetica, 1991, pp. 11-25. A partir de las sugerencias de F. Alegría, he desarrollado el tema del olvido en la autobiografía modernista, tanto en mi tesis mencionada en nota 1, como en la ponencia “Las memorias del cisne: el sujeto modernista a través de la representación autobiográfica”, leída en el XXXII Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana. 29 junio-03 julio 1998. Santiago, Chile.

[9] Para una lectura detallada y sugerente sobre la vida y obra de José Victorino Lastarria, ver Bernardo Subercaseaux, en Historia de las ideas y de la cultura en Chile. Sociedad y cultura liberal en el siglo XIX: J. V. Lastarria. Santiago, Editorial Universitaria, 1997, I.

[10] Sobre el concepto de pacto autobiográfico ver Philipe Lejeune, en El pacto autobiográfico y otros estudios, Megazul-Endymion, 1994, (título original: Le pacte autobiographique, Paris, Editions du Seuil, 1975). Recomiendo además el estudio preliminar de la edición en inglés de esta obra de Lejeune al cuidado de Paul Eakin y traducida por Catherine Leary en On autobiography, Minneapolis, Minneapolis University of Minnesota Press, 1989.

[11] Las franquicias de esta singular memoria han sido entendidas hasta ahora desde un punto de vista de la libertad literaria, que es la tesis que predomina tanto en los planteamientos de F. Alegría como en los de J. Epple, siendo los de éste último más rigurosos al vincularla dentro de una narrativa continental y con aspiraciones a desligarse de las ataduras con el discurso europeo. Ambas perspectivas coinciden de todas maneras en defender la facultad creativa que estaría en oposición a una perspectiva historiográfica, o en contraste a la memoria autobiográfica canónica.

[12] Norberto Pinilla entrega varios datos sobre este drama compuesto por el hijo mayor de don Andrés Bello, junto con hacer un resumen breve del conflicto de la obra, entre otros detalles, Pinilla informa que la pieza teatral fue estrenada en Santiago la noche del 28 de agosto de 1842 ocasión en la que, según informan los cronistas de la época, entre ellos, Domingo Faustino Sarmiento y Manuel Talavera, “el teatro estaba completo”. Ver N. Pinilla en La generación chilena de 1842, Santiago, Ediciones de la Universidad de Chile, 1943, p. 116.

[13]  Cito a San Agustín por Confesiones. Madrid: Ediciones Akal, 1986.

[14] La concepción múltiple que el “yo” tiene de sí mismo en relación a la alteridad conlleva una particular manera de entender la identidad. Cuando al representarse de manera autobiográfica Neruda apela al carácter proteico del “yo”, esto es, la facultad del sujeto de transformarse frente a cada especial ‘otro’, es necesario considerar las implicaciones epistemológicas de esta correspondencia con las múltiples identidades con que el “yo” autobiográfico se carea. Con relación al tema del ‘sí mismo’ como ‘otro’ recomiendo consultar el estudio de Paul Ricoeur en, Oneself as Another, traducción de Katheen Blamey, Chicago, The University of Chicago Press, 1994 (título original: Soi-même comme un autre, Paris, Editions du Seuil, 1990).