Archives Virtuelles Latino-Américaines


Fondo Daniel Moyano



El oscuro de Daniel Moyano,
cuarenta años después.
Una respuesta ética al
autoritarismo


Rodolfo Schweizer
____________________________




Volver al índice
























































Volver arriba












































































Volver arriba

A cuarenta años de publicada, la importancia de la novela El oscuro resulta de la convergencia de tres factores: el primero el literario que la llevó al premio, el segundo ligado al hecho de encontrarnos en sus páginas con una realidad reconocible, definida por el contexto histórico que enmarcó su publicación, y el tercero de que su relectura actual se concreta a la luz de la experiencia personal con las dictaduras. Efectivamente, el año en que Moyano termina su novela, 1966, coincide con el arribo de otro golpe militar contra un presidente constitucional: un proceso mesiánico auto calificado como el de Revolución Argentina, que de revolucionario no tuvo nada porque representó la mera continuidad histórica de la alucinación autoritaria y mesiánica de las fuerzas armadas. Pero, ese año funesto y peligroso se asocia también con la muerte de un estudiante en las calles de Córdoba, algo nuevo para una generación de jóvenes que soñaba con un cambio: Santiago Pampillón, un estudiante de ingeniería de 21 años como el Fernando de la novela, ejecutado en pleno centro de Córdoba de tres balazos en la cabeza por la policía. Estas coincidencias han hecho que El oscuro quedara así unido para siempre al contexto histórico y social de donde nació.

Así las cosas, es bueno recordar que el lanzamiento de la novela por Editorial Sudamericana en 1968 también ocurre en pleno crecimiento de las luchas sociales y la represión que, un año más tarde, desembocarían en el famoso “Cordobazo” de 1969. Esto permitiría afirmar, retrospectivamente, que El oscuro sale a la luz al comienzo de un proceso de violencia que anticipa el terrorismo de estado a partir de 1976. Hoy, a cuarenta años de su publicación, esta obra sigue convocando nuestra atención porque además de recrear un momento histórico ante el lector, plantea algunos enigmas cruciales como el relacionado al origen y desarrollo de la mentalidad autoritaria, liberada en la obra para que se revele a sí misma en toda su absurda magnitud humana. Quizás este gran cuestionamiento a la vida y a la realidad política hayan inspirado a García Márquez, Roa Bastos y Marechal para otorgarle en 1967, en medio de una represión furibunda, el primer premio del concurso de novela Primera Plana-Sudamericana. Aquí nos proponemos simplemente repasar la estrategia de Moyano para construir su novela y proyectar su rechazo al autoritarismo y su mentalidad asociada.

El oscuro ha convocado la atención de muchos críticos. Stephen Clinton (1978) ve la obra como una odisea espiritual de autodescubrimiento, lo cual se verificaría al final cuando el protagonista asume su realidad y acepta a su padre, en una renuncia poética y emocional a sus falsos e inhumanos valores; la de Enriqueta Morillas (1980), que ve la estructura respondiendo al interés de desilusionar la opción de vida del protagonista; la de Eileen Zeitz (1980), que liga la obra a la influencia de Pavese y Kafka a través del tema de la soledad, la incomunicación y el sentido de culpa; la de Linda Hollabaugh (1988), que también ve la obra como un “journey”; la de David Lagmanovich (1974), que define a Víctor como el personaje militar que luego de refugiarse en la disciplina de su familia adoptiva, el ejército, “se ve obligado a emprender un largo viaje interior en busca de claves” que lo reintegren a la humanidad y la realidad; la de Beatriz de Nóbile (1968), que ve el fracaso de vida del protagonista como el resultado lógico de una visión rígida adoptada ya en la niñez para defenderse del mundo. Según Moyano mismo, su intención fue “demostrarle a mi personaje que lo que él llamaba el mal no era más que una confusión de su conveniencia, y lo rescaté, me parece, devolviéndole el padre que él había rechazado y despreciado, como para que por lo menos pudiera vivir en paz consigo mismo. Ya se sabe que la realidad en nuestros países suele sobrepasar la imaginación de los escritores”.

El carácter del contenido sugiere que Moyano concibe y escribe la novela inspirado por el más profundo rechazo a la mentalidad autoritaria de su protagonista, Víctor, un coronel del ejército implicado en el asesinato de un estudiante por parte de la policía bajo su comando. Pero, en la relectura actual de la obra nuestra atención no se centra tanto en la trama por ser ya conocida, sino en la dinámica que Moyano le imprime al protagonista para que se revele a sí mismo, descubriendo de paso los laberintos psicológicos en donde teje y reteje su tipo de personalidad. Por ello es que confina el desarrollo de la obra a un espacio restringido como su dormitorio, donde el aislamiento facilita el acceso a su intimidad; a esos instantes en que estando a solas consigo mismo emerge su mundo y su visión absurda de la realidad. Bueno es recordar que esta necesidad o estrategia de ubicar la trama en micro espacios también se da en otras novelas como El vuelo del tigre o Una luz muy lejana, actitud que revela el interés del autor por acercar la experiencia estética a la intimidad del lector, antes que hacerla más difusa en un plano colectivo.

Pero la limitación espacial impuesta a la novela y su protagonista cumple también otras funciones, como la de representar metafóricamente la dualidad en que opera la mentalidad autoritaria. Efectivamente, la relación entre el dormitorio de Víctor y el resto de la casa o la calle misma puede verse como simbolizando una ecuación mental donde el mundo se divide en amigos y enemigos. De un lado un espacio amigo operando como refugio frente al mundo, del otro el espacio enemigo, el de la esposa más la casa, la calle, la vida, la gente, las amistades, Chepes, La Rioja; ese mundo en movimiento que de niño vislumbraba desde la ventanilla de un tren, pero al que nunca vio con claridad porque, como su padre recuerda, desde chico ya insinuaba su temor ante lo desconocido: “usted desde chiquito fue muy medroso”  y, desde su adolescencia, “asegurar el futuro de antemano era la manera de terminar con esos miedos”, lo cual explica su entrada al liceo militar, imagen falsa de seguridad que asocia a un orden perfecto.  Para Víctor adulto, del lado de la calle quedaba lo imprevisible: las bocinas de los autos, las conversaciones de la gente; lo social visto como una sumatoria de contornos individuales sin alma, sin sentimientos, formando parte de una gigantesca arritmia necesitada de control.

Ahora bien, el hecho de que la acción comience y termine en el dormitorio también tiene su propio simbolismo, porque sugiere el interés de Moyano en crearle un mundo sin salidas al militar; un mundo circular armonizado con una mente obsesiva que gira sobre sí misma sin encontrar salidas al conflicto que se le presenta con la esposa, a raíz de la muerte del estudiante, y con un padre de quien reniega desde una visión racista. Aquí el uso del  monólogo interior o el fluir de conciencia le sirven al autor para exponer la debacle anímica y emocional del militar y la debilidad de su visión del mundo.

Es interesante recordar que Moyano ilumina al lector exponiendo otra serie de patologías autoritarias para representar la personalidad del protagonista, lo que echa luz sobre el origen de algunas. Una de ellas es la de la sumisión autoritaria, común en el militar, que lo lleva a asimilarse sicológicamente a la institución y a suprimir las actitudes personales que pudieran revelar algún viso de debilidad humana. En efecto, para Víctor su familia es el ejército, no su esposa o su familia, a quienes intenta someter vanamente a sus códigos militares. Esto pone en evidencia sus problemas con ciertos dominios psíquicos, como los ligados al sentido de poder y dureza personal, que se manifiestan ante su esposa como una preocupación por la relación dominio-sumisión, fuerte-débil. De ahí que no acepte el rechazo de su esposa y menos aún su libertad de movimientos. Naturalmente, en el contexto histórico de la novela, este conflicto a nivel de su ego trasvasa luego a lo social, lo cual explica su ansia de persecución y de poner orden en lo social, en un correspondiente intento de control autoritario.

Es bueno que la novela también recree algunas de las supersticiones aleatorias a la personalidad autoritaria, porque revela el componente fantasioso que la anima para justificarse. Una de ellas es “el mal”, un concepto tan abstracto como el del “ser nacional”, que Víctor usa para justificarse y defender la necesidad de un control autoritario sobre la sociedad. A un indefinido “mal” está ligada la multitud que observa desde la seguridad de su automóvil o la libertad que la gente exhibe en su andar por la calle o la anarquía propia de la gran ciudad en movimiento. En este sentido, la obra se hace eco de la recurrencia autoritaria al uso de eslóganes para justificar sus propias abstracciones, lo que exhibe el carácter supersticioso de sus creencias.

En suma, el rechazo de Moyano a lo representado en Víctor lo lleva a construir un personaje repulsivo ante el lector. ¿Qué más revelador que la representación de esa conciencia que rechaza el parecido con su padre o se desespera a bordo de un automóvil ante la visión de la gente en las calles; que ve el recuerdo del padre como un acoso; que se resiente por tener que visitarlo en una pensión donde yace abandonado? Este padre, don Blas, es un hombre anciano, de valores tradicionales, simples y humildes, que le manifiesta al protagonista su amor filial en innumerables cartas que éste ni siquiera lee porque le molestan. ¿Qué concluir del desprecio a un objeto tan elemental como un tambor que su padre le regalara como herencia de vida, el mismo que tocaba en la banda de música allá en La Rioja cuando Víctor era un niño inocente y todavía se solazaba ante la visión de su padre como parte de ese grupo? Este desprecio del hijo no es intrascendente a la intención de rechazo del autor a lo que Víctor representa de maduro. Como el mismo Moyano lo dice, “quería ponerle cosas alrededor para contraste y por eso le puse este padre muy dulce, al lado de un hijo que lo desprecia”.

La inclusión de otros personajes detestables también le es funcional al autor para denunciar el mundillo asociado al autoritarismo militar o policial. En efecto, ¿qué representa el policía Egusquiza sino a un cínico que usa su credencial como un cheque en blanco para viabilizar legalmente su personalidad criminal cuando mata al estudiante? ¿Qué conclusión sacar de sus artilugios de pícaro al esgrimir un recibo de restaurante para justificar el allanamiento del garaje en que vive el estudiante o al pretender negar que alguien lo vio en ese momento fatal en que mata a Fernando, cuando en realidad estuvo acompañado por el ahora detective Joaquín? ¿Qué es a su vez este último sino un inútil, como el mismo lo reconoce, que encuentra en el oficio de espía el único medio posible para canalizar su ineptitud para un trabajo normal? Que Víctor contrate a uno de estos cómplices para reconstruir el pasado remoto de su esposa Margarita enfatiza lo absurdo de una mentalidad que no se conforma con controlar el presente, sino que pretende también controlar y reinventar el pasado. 

Para exorcizar la obra de estos personajes, Moyano les contrapone sus propias armas literarias; aquéllas que rezuman de los valores naturales, no contaminados, de  la propia vida. En este sentido la obra presenta dos momentos magistralmente construidos: el del monólogo interior del padre y el fluir de conciencia del  estudiante en el momento de su muerte. El del primero se da en un estilo que se corresponde con su condición y su humildad provinciana. A través de él se reconstruye la vida de Víctor y se trasluce la desesperación resignada de un padre que comprende y se aguanta el desprecio de su hijo, sin resignar su amor filial. Como en sus otras novelas, la construcción literaria del anciano es un eco del respeto y cariño que Moyano tiene por esos valores ancestrales protegidos por la ancianidad, a los cuales el autor ve como una tabla de salvación ante un mundo deshumanizado. Nada más elocuente que la refutación de este padre a su hijo desnaturalizado, que sólo ve en la sociedad una sumatoria de contornos vacíos para justificar su crimen.

A su vez, el uso de la corriente de conciencia con el segundo le permite a Moyano construir una de las representaciones más conmovedoras de la novela: la del estudiante en el umbral de su muerte. Acompañando a la conciencia de la joven víctima, la novela arrastra al lector hacia un dilema: no saber si está en la mesa de la morgue o en una de las cámaras heladas de ella o en el cementerio mismo. El acompañamiento a esa conciencia en esos instantes finales en que todo se viene abajo camino a la nada, junto a los recuerdos entremezclados de los seres amados y la sensación de sentirse solo y desnudo ante la existencia generan en el lector la repulsa más absoluta a Víctor y a todo lo que él representa: el mundillo perverso y denigrante de la mentalidad autoritaria.

En resumen, El oscuro representa una respuesta ética desde la ficción a la problemática del autoritarismo. Que la obra cabalgue en la experiencia social de los años 60 es intrascendente. La experiencia estética transmitida es válida en cualquier tiempo histórico y lugar. Esto es lo que, en primer lugar, le gana un espacio en la literatura. El segundo mérito y más personal es el hecho de que Moyano no encadena artísticamente los hechos como una experiencia hacia fuera de los personajes, sino hacia dentro. Por eso el espacio de la casa como contexto espacial, no la calle o la sociedad, aunque las acciones trasvasen eventualmente de lo familiar a lo social. Por ello en la novela lo afectado por la mentalidad autoritaria es el plano personal, victimizando a todo el entorno familiar. En esas condiciones, el texto representa un viaje hacia dentro de la personalidad autoritaria; desde la palabra impresa hacia la conciencia de alguien que no es cualquiera, sino un coronel más de uno de los tantos ejércitos latinoamericanos. Esto es justamente lo que da realce histórico a la obra. En cien años más quizás se la lea de la misma forma que hoy lo hacemos con Amalia de Mármol, para comprender una época fallida dominada por el miedo y la muerte. Sin duda un mérito que coloca a Moyano entre los escritores notables del siglo XX.

 

Obras citadas

Clinton, Stephen T. “Daniel Moyano: The search for values in contemporary Argentina.” Kentucky Romance Quarterly 25 (1978): 165-175

Hollabaugh, Linda Kay Lynn. “Exile in the novels of Daniel Moyano.” Diss. Texas Tech U., 1988.

Lagmanovich, David. La literatura del noroeste argentino. Rosario: Biblioteca, 1974.

Morillas, Enriqueta. “El oscuro de Daniel Moyano.” Nueva estafeta 14 (enero, 1980): 86-90.

Nóbile, Beatriz de. “Daniel Moyano: El oscuro.” Sur, 315, 1968. 99-101.

Zeitz, Eileen M. “Daniel Moyano: la oscura soledad.” Actas del Sexto Congreso de Hispanistas. Toronto: Universidad de Toronto (1980): 821-24.